por Vladia Rubio
Al menos, este 6 de enero, que va llevando el cuño de Día de Reyes, no supe de ningún padre que regalara libros a sus hijos.
A cuanto niño me tropecé ese día le pregunté qué le habían regalado, y aunque la lista fue larga y diversa, ni uno solo me dijo que entre las sorpresas estaba un libro, un solo librito.
No voy a hablar aquí del Día de Reyes ni de cómo ha ido haciéndose sitio aquí, ese sería otro trabajo. Resultaría largo y complejo, porque habría que comentar desde los orígenes de tal celebración, la cantidad, diversidad y calidad de los juguetes que importamos, las tristes diferencias que ese día salen a relucir, los juegos a que hoy dedican su tiempo nuestros hijos así como sus encuentros y desencuentros con la identidad nacional, entre muchos otros tópicos.
No olvido que la hija de una vecina, con quien tengo buena amistad, casi me acusó cuando le pregunté si no le habían regalado algún libro: ¡Mi’ja, eso ya no se usa, eso es de cuando tú eras niña!”
Aunque lo dijo en son de broma, riéndose, en el fondo estaba convencida de que le asistía la razón. Le sonreí por cortesía, pero una extraña apretazón se me trepó a la garganta.
¿Regalar y leer libros ya no se usa?
Es imposible responder de una manera categórica a esta interrogante, pero un informe sobre bibliotecas, hábitos de lectura y uso de la lengua materna presentado en julio último, hace menos de seis meses, por la Comisión de Educación, Ciencia, Tecnología y medio ambiente de la Asamblea Nacional ofrece muy atendibles pistas sobre el tema.
Luego de consultar varios estudios e investigaciones, ese grupo parlamentario coincide al asegurar que cerca de un 40% de la población reconoce leer libros, y un 50 % revistas y periódicos.
Pero se leen, como promedio, según dicho informe, dos libros al año. No parece ser mucho considerando cuánto de valioso, necesario y enriquecedor atesora el acervo literario de la humanidad.
Esa cantidad de libros leídos anualmente, solo un par de textos, pudiera estar en correspondencia con que las prácticas culturales fundamentales para el 60 % de los cubanos se concretan a ver televisión, oír radio y ver películas.
No puede menos que fruncirse el entrecejo al encontrar en el aludido informe parlamentario que no supera el 15 % la cantidad de estudiantes universitarios que se ha leído más de un libro en un año.
Al menos, así indica un estudio de hábitos y consumo de la lectura en las universidades cubanas, basado en una encuesta a 8 248 alumnos aplicada en 34 universidades de todo el país, que cita la comisión parlamentaria.
No obstante tan exigua cantidad, la encuesta evidencia cierta preferencia por el consumo de literatura en formato digital, al punto que “más del 60% de los estudiantes universitarios lee de este modo. Los libros descargados de Internet superan el 22% del total leídos por este sector de la comunidad universitaria y se incrementará su presencia en la medida que la accesibilidad a Internet crezca”, apunta el informe de los diputados.
El papel de la familia, de la escuela, de los medios de comunicación, los precios de los textos en librerías, así como el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, conforman importantes caras del prisma que pudiera ser el hábito de lectura.
No por gusto el funcionamiento y estado de las bibliotecas es también uno de los centros de atención del informe de la Comisión de la Asamblea Nacional.
Creado en 1963, el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas cuenta hoy, entre provinciales, municipales y sucursales, con 399 de esas instituciones, las cuales reúnen un total de 10 millones de volúmenes pertenecientes al patrimonio bibliográfico y a la memoria histórica, consigna la fuente ya citada.
De los casi 900 mil usuarios inscritos en las bibliotecas, la mayoría de los que a ellas asisten son estudiantes de Secundaria Básica, seguidos de los de primaria y técnico medio, fundamentalmente para la realización de tareas docentes.
De acuerdo con el documento que sirve de apoyo a estas líneas, las bibliotecas no parecen resultar muy atractivas, al menos si se tiene en cuenta que solo el 20% de ellas muestra un inmueble que puede ser evaluado de bueno. A ello se agrega que en la mayoría el mobiliario anda entre regular o mal, y falta espacio en algunas bibliotecas para conservar sus colecciones y ofrecer mejores servicios.
Lo dicho en el párrafo anterior para nada constituye la revelación de un secreto. Todas esas problemáticas han sido identificadas por el Programa de Desarrollo de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, del Ministerio de Cultura, y, en consecuencia, existen estrategias a cinco años vista para irles buscando gradualmente solución.
De hecho, en el bienio 2015-2016 recibieron mantenimiento y reparación 8 bibliotecas provinciales y 43 municipales, y se prevé para este 2017 que unas 28 bibliotecas –entre provinciales, municipales y sucursales- reciban esos beneficios.
Es innegable que existen en el país prioridades constructivas de primer orden, entre ellas, las referidas a la vivienda. Sin olvidar los estragos que en ese orden causan en la Isla los ciclones. Tan solo el más reciente, Matthew dejó más del 90 por ciento de las casas muy dañadas o destruidas en los territorios orientales por donde pasó.
De todas maneras, aunque las bibliotecas no sean el más hermoso de los sitios, aunque los precios de los libros no los sitúen al alcance de todos los bolsillos y las demandas del público lector no siempre encuentren respuestas en los anaqueles de las librerías, hay caminos que pueden seguir recorriéndose para alimentar el hábito por la lectura, esa manera de crecer como humanos.
Conozco muchos adultos que no dejan de agradecer a sus padres por haberles regalado, cierto día de Reyes lejano ya en el tiempo, un hermoso libro de cuentos, de esos que abren insospechadas puertas a la imaginación; y tan maravilloso mundo les fue revelado con aquel regalo, que aun lo conservan, aunque sus páginas ya estén amarillentas.
Sé también de quienes hoy son abuelos y aun recuerdan con inmensa satisfacción cómo de adolescentes, su familia acostumbraba a regalarles, por el cumpleaños o en premio por buenas notas, o simplemente porque sí, novelas de Julio Verne, de Dora Alonso, de Alejandro Dumas o de Mark Twain, con las que empezaron a armar su hoy voluminosas bibliotecas personales.
Es verdad que en estos tiempos la literatura en formato digital parece estar ganando espacio en las preferencias de muchos, pero lo que más abunda en la memoria de teléfonos, tablets, computadoras y otros soportes tecnológicos no son libros, sino juegos.
Entonces, qué bueno sería que el venidero Día de Reyes – o cualquier día, mañana-, el niño descubriera entre sus regalos un libro, uno de esos libros maravillosos y de todos los tiempos, dedicado por mamá y papá.
Sería una hermosa prueba de amor, aunque el vecinito haga alarde por el carrito con mando a distancia que le trajeron o por el tablet repleto de jueguitos, y aunque los Reyes Magos parezcan no llevarse del todo bien con Julio Verne y otros tantísimos excelentes escritores para niños y adolescentes.
(CubaSí)