Palabras de la novelista y guionista española Belén Gopegui, en el acto de homenaje a Fidel Castro. Madrid 26 de marzo de 2017.
Lo que Fidel ha hecho y ha sido ustedes lo saben, lo contarán los pueblos, irá de voz en voz, y será como si hablaran las olas del mar, de costa a costa, de Sur a Norte, de Este a Oeste.
Me han pedido que hable de Fidel y la revolución y es extraño porque aquí, en Europa, ¿para qué queremos una revolución?
¿Sentido del momento histórico, o cambiar todo lo que debe ser cambiado, como decía Fidel? ¿No mentir jamás ni violar principios éticos?
Qué va, aquí en Europa no lo necesitamos. Y, desde luego, no hemos caído en esa ingenuidad de querer hombres y mujeres nuevos. Ni hemos pensado, como pensó Fidel, que construyendo un entorno que permitiera a las personas desarrollar sus capacidades podrían surgir comportamientos diferentes.
Aquí, en Europa, ya tenemos al hombre viejo, suele ser varón, con excepciones, capitalista, dócil y simpático. Tan simpático que cuando su Parlamento aprueba una ley para que le puedan despedir del trabajo incluso estando de baja, enfermo, el hombre capitalista agacha la cabeza y lo acepta.
Y cuando su país se enriquece con el bombardeo y destrucción de otros países y además vendiendo armas, el hombre europeo se manifiesta de siete a ocho y media, habla, escribe un par de tuits o de columnas. Y sabe, porque lo sabe, que da completamente igual: las bombas seguirán cayendo, las armas se seguirán vendiendo. Cómo le gustan las palabras impotentes al hombre viejo europeo.
Fidel pensaba que la revolución consiste, precisamente, en acortar el trayecto que va de las palabras a las cosas. En que las diferentes generaciones, por ejemplo, se vuelquen en alfabetizar a la población, o construyan un país que si utilizó su poder militar fue para derrocar el apartheid, mientras el hombre viejo europeo se enriquecía en el sofá, mirando hacia otro lado. Quienes aseguran que estas son gestas antiguas, ya sabidas, olvidan que ellos nunca las hicieron.
El bienestar del hombre viejo europeo, con sus calles, sus grandes edificios, se hizo con dinero procedente del sudor y los cadáveres de otros pueblos. Por eso ahora, cuando Europa ya no puede explotar tanto a sus antiguas colonias, el hombre europeo está como asustado, se ha vuelto, dicen, populista, grita, protesta, porque el bienestar de que gozaba no lo había construido él, y se está desmoronando.
Para Fidel, en cambio, revolución es emanciparse con el propio esfuerzo. Y es así como Cuba ha llegado a vivir con un alto índice de desarrollo humano cuyo coste no recae sobre el sudor ajeno.
Quienes dicen que esto sucedió en el pasado, olvidan que hoy hay millones de personas formadas en Cuba gracias a la revolución, que aún pudiendo apostar por un proyecto de triunfo personal, de lotería capitalista, de ascenso privado a costa del descenso de muchos, eligen seguir trabajando, a pesar de las dificultades, en un proyecto de justicia.
Es verdad que algunas abandonan y que otras han necesitado partir. En una revolución hay problemas que no sólo vienen de fuera, esto también lo dijo Fidel. ¿Quién no hace algo mal, quién no se equivoca?
Y es más difícil no equivocarse cuando el capitalismo presiona para entrar en Cuba y decir al mundo: “¿Veís como la revolución sólo fue un sueño? Se acabó la soberanía y el vivir sin tener precio. Se acabó que te sostengan cuando caigas, que te curen y alimenten cuando no tengas dinero”.
Cuba no es un país del primer mundo aunque en algunas cosas lo parezca, y aunque algunos opinadores hagan trampa jugando a tratar a Cuba como si fuera Suecia. Pese a los altos índices alcanzados, aún no ha podido desarrollar toda su capacidad y en Cuba hay, desde luego, carencias. Esto también lo contó Fidel: el subdesarrollo no es una fase del desarrollo. Son los países desarrollados los que necesitan el subdesarrollo.
Y necesitan creer y que creamos que la revolución sólo fue un sueño. No les va a ser fácil. Lo intentan cada día. Para ello cuentan con la ayuda del hombre simpático europeo, que va diciendo: pobre revolución, qué aburrido es pasarse tantos años dedicada a aguantar, a resistir.
Pero ya es hora de que alguien le pregunte a ese hombre viejo ¿por qué la revolución tiene que resistir y no se le permite, simplemente, ser? ¿Qué responsabilidad le incumbe al hombre capitalista en ello? ¿Por qué el hombre europeo con sus grandes instituciones y sus grandes palabras y su democracia tan ilustrada y sus plumas tan afiladas no ha logrado que una resolución aprobada en la ONU, año tras año, por 191 países se aplique siquiera durante un solo día?
¿Acaso no vivimos en un dulce mundo globalizado, dicen, donde el imperialismo ya no existe? ¿Cómo es que el hombre viejo europeo ha consentido que se acose a Cuba por el supuesto delito de haber escogido un camino diferente? ¿Qué libertades europeas y estadounidenses son esas que no permiten elegir ser revolucionario?
En la lucha contra la opresión no hay victorias ni derrotas absolutas: lo que hay es una relación de tensión constante y habrá que preguntarse cuánta fuerza han puesto Fidel y Cuba, cuánta están poniendo, y cuánta hemos puesto y vamos a poner nosotras y nosotros. Hasta siempre, comandante. Hasta siempre, Fidel.
(Tomado de La Pupila Insomne)