Camilo Cienfuegos: la risa no le quitó nunca lo valiente

Eldonita de Bárbara Gómez
2019-02-06 20:52:24

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El Comandante Camilo Cienfuegos fue desde niño un redomado jaranero, proclive a hacerles chanzas a sus amigos; pero, eso sí, fue sobre todo un jefe extraordinariamente responsable, capaz de cumplir las más difíciles misiones con la mayor seguridad y eficacia posibles

Su mamá Emilia Gorriarán recordaba al Camilo infante por ser un niño cariñoso, especialmente afectivo y también por su tendencia innata a las bromas, pues siendo aún muy pequeño se le escondió un día en un clóset en la cocina de una casa a la que recién se habían mudado y a punto estuvo de enloquecerla de desesperación pensando en un secuestro, hasta que el muy pícaro salió de su guarida entre espasmos de risa.

Fue así que la existencia del pequeño estuvo aderezada por el chispeante humor criollo, unido a las más bellas cualidades de un ser humano, referidas años después en sentidas anécdotas por su padre, Ramón Cienfuegos, en las que se ponían de manifiesto su rechazo a lo mal hecho, su generosidad, su alto sentido de la amistad, su valentía y su apoyo a las causas justas, como cuando contribuyó en la recogida de fondos para ayudar a los huérfanos de la Guerra Civil española.

Aficionado a los deportes, especialmente al béisbol, Camilo creció como el típico cubano, simpático, jaranero, pero patriota, que entre viaje y viaje a los Estados Unidos en busca de mejoras económicas se fue involucrando cada vez más en actividades políticas porque desde el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 se opuso al régimen que coartaba las libertades ciudadanas en su patria. Ello le acarreó prisión y golpes, persecución y su fichaje permanente por los cuerpos represivos.

Pese a no haber participado en el asalto al Moncada y ser el último en llegar a México para sumarse a los entrenamientos de la expedición del Granma en el otoño de 1956, Camilo descolló casi desde el primer instante por su carácter decidido y su disposición a la lucha. Fue de los sobrevivientes del desastre en Alegría de Pío y del pequeño grupo de 11 hombres que se reunió en torno al líder de la Revolución, Fidel Castro, en la Casa de Mongo Pérez, en Purial de Vicana, para irse a las montañas e iniciar la lucha.

Si el Che reconoció que se empeñó en pulir su carácter, exigiéndose a sí mismo incluso por encima de sus posibilidades, Camilo tuvo que luchar contra lo que el argentino definió en algún momento gula incontrolada, como cuando prácticamente se engulló un cabrito entero en la casa de un campesino de la Sierra y enfermó.

No se ha profundizado nunca acerca de hasta qué punto determinó en Camilo su pertenencia a la Columna No. 4 asignada por Fidel al Che, pero es un hecho que Guevara supo apreciar las cualidades del exaprendiz de sastre y de escultor, hijo de españoles, para la lucha guerrillera y su capacidad de liderazgo, aumentada por la simpatía unida al respeto que inspiraba en la tropa. De ahí su rápido ascenso a capitán.

Acerca de las extraordinarias cualidades del “hombre de las mil anécdotas”, expresó Fidel al conocido periodista hispano-francés Ignacio Ramonet: “Sí, Camilo, menos intelectual que el Che pero también muy valiente, un jefe eminente, muy audaz, muy humano”. Fidel también lo calificó de “el compañero de los días difíciles”, porque cuando las pruebas eran más duras, más se hacía sentir la personalidad aglutinadora de Camilo y su influencia bienhechora en la tropa, que lo seguía segura bajo su mando, valiente, y al mismo tiempo racional, pues no asumía riesgos innecesarios.

Esa aureola fruto de méritos muy bien ganados hizo a Fidel ver en Camilo al hombre indicado para llevar, de forma paralela a la del Che, una columna invasora al occidente de la isla. Y la confianza depositada en ambos comandantes se vio recompensada pronto por los más brillantes resultados, cuando lograron liberar una provincia entera: Las Villas y acelerar la caída de la dictadura de Fulgencio Batista.

El triunfo revolucionario de enero de 1959 permitió ver aún más de cerca las dotes insuperables del hombre del sombrero alón, en su faceta del jefe del Ejército Rebelde, ayudando frustrar la conjura urdida desde la embajada yanqui, despidiendo como se merecían a las tres misiones militares de Washington en Cuba y echando abajo a mandarriazos la posta 6 de Columbia, el 10 de marzo de 1959 —la misma por donde había penetrado el dictador en igual mes y día, siete años atrás—, primer paso para convertir los cuarteles en escuelas.

Camilo se multiplicó en medio de la lucha de clases que ya bullía en el seno de la sociedad emancipada y no ocultaba su pensamiento revolucionario, antiimperialista y latinoamericanista. Por eso no dudó en acudir a Camagüey con la misión de impedir un putsch sectario, que su carisma y la visión impar de Fidel hicieron fracasar de forma incruenta.

El hombre de la eterna sonrisa devino la imagen del pueblo, fiel a Cuba, fiel a la Revolución, fiel al gigante de la Sierra y el llano. Por eso cuando desapareció, en medio de una noche tormentosa de octubre de 1959, ese pueblo lo buscó hasta superar los límites de las posibilidades, porque era como si le hubiese sido amputada una parte de sí mismo.

Tomado de diario Escambray.



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