Por Martha Gómez Ferrals
Muchas cualidades tuvo el inolvidable Sergio González López, el Curita legendario que apareció asesinado con marcas de brutales torturas, junto a los cuerpos sin vida de sus compañeros de lucha Bernardino García y Juan Borrell, en una calle de la barriada de Altahabana, en la capital cubana, el 19 de marzo de 1958.
En él, quien al morir era Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en La Habana, sus camaradas reconocieron desde la juventud su educación y modales, huella de una temprana formación religiosa que hizo que sus amigos comenzaran a apodarlo con afecto El Curita, en sus primeros años laborales.
También, ya en la brega revolucionaria intensa, descolló por sus cualidades de estratega, meticuloso organizador, que le permitían exhortar a sus compañeros al extremo cuidado en la preparación de las acciones, para no causar daños a inocentes, a preverlo todo, a ser cada día mejores en lo que hacían.
Pero, sin dudas, las cualidades más admirables en él eran la valentía y su audacia y osadía sin límites, para las cuales nadie estaba preparado, ni incluso sus más allegados. Solo que no era un rebelde aventurero y sin causa.
Esas descollantes cualidades las puso al servicio de la Patria y de la Revolución que no pudo ver triunfar, como tantos otros, pues la victoria llegó el Primero de Enero de 1959.
Sergio había desaparecido por última vez un día antes del doloroso hallazgo de los cuerpos. Era perseguido con saña, pues trabajaba de manera incansable en la preparación de peligrosas acciones contra la dictadura batistiana, en este caso de la huelga del nueve de abril.
El mes de marzo ya traía un salto sangriento para el país, pues los sicarios batistianos extremaban la represión y los crímenes, como presintiendo que lo más duro y el fin definitivo estaba por definirse en ese año.
La ofensiva final del Ejército Rebelde, liderado por Fidel Castro, se iniciaría en el segundo semestre de ese calendario, para extender la guerra liberadora por todo el territorio nacional.
El monstruoso asesinato del querido Curita formó parte de una cadena de 16 vidas de luchadores cobradas en ese mes. Justo habían pasado 12 meses de la caída en combate del líder estudiantil José Antonio Echeverría.
Sergio González había nacido el 29 de octubre de 1921 en la localidad rural de Aguada de Pasajeros, en la antigua provincia de Las Villas. Su origen era muy humilde. Desde pequeñito hasta la adolescencia recibió instrucción religiosa católica, con la mira en ser sacerdote.
Pero a la entrada de los años juveniles, el fogoso joven comprendió que ese no sería su camino, al enamorarse perdidamente de quien fuera luego su esposa. Más tarde decidió probar suerte en la capital y en la gran urbe trabajó primeramente como inspector de tranvías y luego, al desaparecer ese medio de transporte, en la entidad Ómnibus Modernos S.A.
Pronto sus cualidades morales lo llevaron a la conciencia de las injusticias sociales que lo rodeaban, y su temperamento, a la lucha.
Fue dirigente sindical y apoyó demandas y luchas por mejores leyes y condiciones para los trabajadores de su sector, el de transporte. También se opuso a corrientes como el tenebroso mujalismo.
No perdió nunca el sobrenombre aquel Curita tan original y sorprendente. Sería porque su nobleza y valores éticos se avenían muy bien con el apodo.
Después del golpe de estado realizado por Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, El Curita con un pensamiento más maduro y radical que nunca enfiló su rumbo hacia métodos de combate osados y fieles al espíritu del Movimiento que representaba. No por gusto desde 1947 pertenecía al Partido Ortodoxo, encabezado por Eduardo Chibás, en cuyas filas se puso en contacto con el pensamiento y obrar de Fidel, y otros compañeros de convicción.
Siendo joven heredó una pequeña imprenta que había pertenecido a su hermana fallecida. El establecimiento radicaba en la antigua Plaza del Vapor, cercana a la céntrica intersección de Galiano y Reina.
Más de 40 mil volantes que apoyaban el alzamiento del 26 de julio en 1953 y luego una parte de las ediciones del texto conocido como La Historia me Absolverá, la autodefensa de Fidel Castro ante el juicio del Moncada, se imprimieron en el negocio de El Curita.
Blanco de una persecución que se intensificaba, no abandonó su activa participación en apoyo a las acciones del 26 de Julio. Sin embargo, al mismo tiempo era un hombre muy vinculado a la vida y al amor familiar. Su familia lo ha recordado siempre como padre y esposo dedicado.
Desde abril de 1957 la cacería contra él se agudizó. El 22 de octubre de 1957 protagonizó una espectacular fuga desde la fortaleza de El Príncipe, en La Habana, para volver a reintegrarse de nuevo con mayor intensidad a la lucha clandestina.
Entre las acciones que organizó contra objetivos económicos foráneos que daban soporte al gobierno asesino, figuró el ataque a los tanques de combustible, muy sonado en aquellos tiempos, de la refinería estadounidense Esso Standard Oil.
Organizó a fines de 1957 una acción que llamó La noche de las 100 bombas, detonadas en la capital y que no ocasionaron pérdidas de vidas humanas al estallar.
Días antes de su última captura y muerte, Sergio se encontró con un enviado de Fidel Castro, quien le proponía incorporarse a la lucha en la Sierra Maestra, para alejarlo del inminente peligro que corría su vida.
Aunque agradeció el gesto del líder, El Curita decidió seguir en su puesto de combate, donde sentía estaba su principal deber. A 61 años de su muerte, su ejemplo y existencia siguen dando lecciones que nunca envejecen.
Su palpitante y heroica trayectoria lo devuelven a los tiempos actuales con una vigencia que no vence. Solo falta acercarse más a su historia de vida. (Tomado de la ACN)