Por Alejandro Nadal
El nuevo año despertó con un doble llamado sobre la realidad del cambio climático. Por una parte están los incendios en Australia, que han cubierto millones de hectáreas y representan una amenaza existencial para el continente. Por otra, los tambores en Medio Oriente nos anuncian la proximidad de una guerra vinculada con las reservas de crudo más importantes del mundo. Doble llamado para tomar acción decisiva y controlar las emisiones de gases de efecto invernadero.
Australia se ha desempeñado mal en el tema de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). En el marco del Acuerdo de París, Australia fijó una meta de reducción de emisiones de entre 26 y 28 por ciento respecto de las de 2005 para ser alcanzada en 2030. Estas metas son demasiado modestas y lo peor es que Australia ni siquiera está en camino de cumplirlas.
De acuerdo con el índice de desempeño sobre cambio climático (www.climate-change-performance-index.org), que agrupa a las 57 economías responsables de 90 por ciento de las emisiones de GEI, Australia ocupó el último lugar en 2019. Y esta situación va a empeorar. Desde el primero de agosto de 2019 los incendios en Nueva Gales del Sur y Queensland han emitido 306 millones de toneladas de dióxido de carbono. Ese monto representa más de la mitad de las emisiones anuales de Australia.
Para el primer ministro de Australia, Scott Morrison, los incendios no tienen nada que ver con un pretendido cambio climático. Sus posturas negacionistas adoptan un tono extremo en su Partido Liberal (conservador) y la falta de acción del gobierno australiano para reducir emisiones es admirada por muchos gobiernos de derecha en el mundo. Para cerrar con broche de oro, el gobierno en Canberra ha aprobado los planes para abrir la mina de carbón más grande del mundo. El país sigue siendo el segundo exportador de carbón más importante del planeta, con 370 millones toneladas en 2018 (principalmente a India y China). Ya veremos si las temperaturas extremas y la duración de la temporada de incendios dan para que electores y gobierno puedan ver la realidad.
Al otro lado del planeta, el asesinato de Qasem Soleimani, el general más importante del régimen en Irán, coloca a Medio Oriente al borde de una guerra que podría calificarse de intensiva en GEI por dos razones. La primera es que el conflicto tiene como telón de fondo los yacimientos petroleros más importantes del mundo. La segunda es menos conocida: el ejército estadunidense es la institución que más emisiones de GEI tiene en todo el mundo. Al igual que cualquiera de las corporaciones multinacionales que operan en la economía global, su cadena logística integra una vasta red de barcos contenedores, buques tanque, aviones de transporte y una flota interminable de camiones para abastecer sus bases y operaciones militares. Un estudio reciente de la Royal Geographical Society (www.rgs.org) reveló que las fuerzas armadas estadunidenses emiten más gases de efecto invernadero que la mayoría de los países del mundo. Se trata del peor contaminador institucional en todo el planeta. En 2017 las fuerzas armadas de Estados Unidos compraron 269 mil 230 barriles de petróleo diarios y emitieron más de 25 millones de toneladas diarias de dióxido de carbono. Si esas fuerzas armadas fueran un país, ocuparía el lugar 47 en la escala de emisiones de GEI, algo comparable con las totales de Perú o Portugal.
¿Por qué consume tanta energía el ejército estadunidense? Además de la gigantesca plataforma de apoyo logístico que requiere el despliegue militar global de Washington, la eficiencia energética nunca le ha interesado al complejo militar-industrial. Por eso un bombardero B2 necesita 20 litros de combustible para recorrer una milla, y un tanque Abrams requiere cuatro litros de combustible para avanzar 950 metros.
En la Segunda Guerra Mundial las fuerzas armadas estadunidenses utilizaron un galón de combustible diario por cada soldado en el frente. En la primera guerra del Golfo ese coeficiente subió a cuatro galones al día. Para 2007, con operaciones en Irak y Afganistán, se necesitaron 16 galones de combustible diarios por cada soldado en operaciones. Tal parece que hasta los dioses de la guerra prefieren una mayor intensidad en gases de efecto invernadero.
Es cierto que hablar de las emisiones del ejército imperial se antoja algo absurdo. Después de todo, no hay guerra por más verde que sea que justifique la barbarie y la masacre. Así que antes de hablar de la contaminación que provocan esas fuerzas armadas habría que abordar las consideraciones éticas, humanitarias y geopolíticas. Pero el análisis sobre las emisiones de las fuerzas armadas estadunidenses permite observar que en realidad el régimen de cambio climático que hoy existe es sumamente débil, por no decir que, en el fondo, no existe. Los incendios en Australia y una guerra en Medio Oriente anularán cualquier logro que se hubiera alcanzado al amparo del Acuerdo de París. El cambio climático arremete contra los que no quieren ver la autoridad de la realidad.
Tomado de La jornada