Fiesta del Cabildo del Día de Reyes Negros
La fiesta afrocubana del Día de Reyes fue un acontecimiento de gran importancia para los negros y mulatos —esclavos y libertos— en la Cuba del siglo XIX. La que tenía lugar en la villa de San Cristobal de La Habana, sirvió de fuente de inspiración a muchos cronistas de la época —cubanos y extranjeros— que reflejaron en diversos medios gráficos su visión sobre este evento.
Al despuntar las primeras luces del alba, la villa de San Cristóbal de La Habana mantiene la quietud habitual de las primeras horas de la mañana. Por sus principales calles apenas transitan algunos negros esclavos, que han madrugado para iniciar sus faenas diarias. Pero las puertas y ventanas de todas las casas aún permanecen cerradas; la ciudad duerme.
Fiesta del Cabildo el Día de Reyes
Solo rompe con esa calma la vorágine que hay en el interior de las pequeñas casas situadas cerca de la muralla, donde, desde 1792, por orden del Bando de Buen Gobierno y Policía, radican los cabildos de nación africana. Con la serenidad y dedicación con que se prepara un ritual, negros y mulatos mezclan pinturas para luego untarlas en sus cuerpos; se visten con indumentarias y ropajes llamativos y exóticos, y, tras ser autorizados por sus santos, los iniciados en la religión yoruba ajustan los aros que sujetan los cueros de sus tambores. La fiesta afrocubana del Día de Reyes está a punto de comenzar.
Un anciano de piel muy negra permanece sentado en un taburete, ajeno a las faenas que tienen lugar a su alrededor. Llama la atención su sombrero de pico y la banda terciada amarrada a su pecho consumido y débil, donde apenas quedan huellas del organismo sano y robusto que fue alguna vez. Esos atavíos lo identifican como el rey del cabildo.
Aunque la tradición le otorga el derecho de ocupar este cargo por ser el más anciano de la nación, su complexión física dista mucho de la de un soberano. No obstante, este día, su rostro cansado tiene un halo de paz y sosiego muy diferente al de toda su vida, marcada por el dolor de haber sido arrancado de sus raíces y traído como esclavo a servir en tierra extraña. Hoy tiene a África reflejada en el semblante.
Cada 6 de enero, Día de Reyes, ese continente renace en La Habana a través de los cantos y bailes que narran sus historias ancestrales, a través de las tradiciones que le son permitidas recrear a sus hijos.
¡Píquiti, pácata, píquiti, pácata! Los primeros toques de tambor anuncian el inicio de la celebración.
Las cuadrillas, integradas por cuatro o cinco negros de una misma nación, avanzan por diferentes callejuelas hasta llegar al centro de la ciudad. La calle Mercaderes, con sus pequeños mercados de telas, calzados, joyas…, poco a poco va siendo colmada por la procesión, que impide el paso a los transeúntes.
La esquina de Mercaderes y Obrapía es un gran atolladero. Los diferentes cabildos van entrando por turno al patio del Palacio, y, luego de ofrecer su espectáculo a los representantes del poder colonial, continúan celebrando su “día de libertad” en las principales plazas y espacios públicos de la ciudad.
Son las 12:00 del día, sin embargo, no se puede hacer más que avanzar con dificultad por entre los diferentes cabildos, que justamente a esa hora se dirigen hacia el Palacio de Gobierno, a donde van año tras año para recibir el beneplácito del Capitán General y agradarlo con sus cantos y bailes.
Para el Día de Reyes es necesario tener continuamente abierto el bolsillo. Para regalar... Si vais a un café, si os sentáis a descansar en el canapé de algún paseo público, si entráis en alguna casa amiga, o bien de persona que no conocéis, por todas partes os veréis acosados por negros y negritos de ambos sexos que os salen al encuentro, pidiendo con importuna insistencia el popular aguinaldo: ¡el aguinaldo, el aguinaldo!
En la plaza de San Francisco de Asís se van reuniendo los diferentes cabildos que participan de los festejos. Para la mayoría de los transeúntes y vecinos de la Villa que observan con una mezcla de fascinación y terror las danzas y cantos africanos, sólo se trata de una masa monolítica de negros que hacen las más extravagantes contorsiones, dando saltos, volteos y pasos, al compás del agitado ritmo de los tambores.
Pero la presencia de lucumíes, mandigas, ñáñigos, yorubas… que se agrupan en cuadrillas y recrean las tradiciones de sus respectivos cabildos de nación, les hacen comprender que estas fiestas tienen una composición social mucho más compleja de lo que habían pensado.
Tambores tocan música de los Orishas
El espectáculo es realmente maravilloso: al frente de la comitiva danza la culona moviendo exageradamente su ancha saya de fibra vegetal, dando alaridos que logran el efecto deseado: abrir paso a la procesión que avanza en su recorrido por las principales plazas y espacios públicos de la ciudad. La acompañan en este empeño otros personajes con los rostros cubiertos por máscaras y vestidos de plumas.
Un señorito observa estupefacto como éstos se contorsionan y estallan en gritos de alegría. Hace una mueca de repugnancia y masculla: —¡Diablitos!
Detrás, se encuentra la reina del cabildo, que coquetea descaradamente con un mozo blanco que la mira de forma insistente. La muchacha, de tez mulata y extraordinaria belleza, se abanica con el agbebé de Ochún, la diosa de la sensualidad en el panteón yoruba, y va coronada con una tiara de falsos diamantes y cristalitos que brillan cuando la luz del sol les da directamente.
Diablito cubano
A su alrededor, un grupo de negros hace complicadas cabriolas y toca diferentes instrumentos. El contagioso ritmo de los tambores africanos convoca a la reunión y también a la subversión.
Al fondo marcha el abanderado, ondeando orgulloso el estandarte que identifica a su cabildo. A su lado, un diablito con capucha, que sobresale entre la multitud por sus enormes zancos, agita los brazos como si fuera a perder el equilibrio. Luego hace un giro veloz que provoca exclamaciones y sobresaltos en los que lo observan; sonríe pícaro por la broma que acaba de hacer y continúa agitando los brazos al ritmo de la música. Todos sonríen y suspiran aliviados.
Desde los palacetes, las damas de sociedad observan consternadas el ambiente de la plaza. A ratos, lanzan monedas a la muchedumbre, que recibe el aguinaldo con gestos de júbilo y agradecimiento.
En nuestros días, una turista pregunta a un hombre que baila al ritmo de la música que suena en la Plaza, me podría explicar qué ocurre aquí...
El hombre deja de bailar por un momento, seca las abundantes gotas de sudor que empañan su rostro y, tratando de normalizar su agitada respiración, dice más sosegado: —Es la fiesta del Cabildo Día de Reyes, señora, es una fiesta que convoca la Casa de África cada 6 de enero, como parte del Taller de Antropología Social y Cultural Afroamericana.
Esta celebración empezó en la colonia, cuando los negros aún eran esclavos. Ese día los dejaban bailar y cantar todo el día y no tenían que trabajar en las casas de sus amos. Imagínese, ¡eran reyes por un día!
Una de las comparsas son lideradas por los zanqueros, que imitan a los gigantes del siglo XIX. La procesión entra ahora al Templete con los diablitos ireme al frente, que realizan impresionantes cabriolas mientras dan tres vueltas a la ceiba fundacional de la ciudad.
Giganteria en La Habana
Nada queda ya del desprecio y la antipatía de los visitantes y vecinos de la ciudad por esta festividad. Blancos y negros, mulatos e indios se integran a la procesión con paso de conga: uno, dos, tres (izquierda); cuatro, cinco, seis (derecha).
Las reinas del panteón yoruba escenifican a estas deidades, y la culona, con una indumentaria casi exacta a la usada en la colonia, adopta ahora la posición de abanderado, por lo que se posesiona de un llamativo estandarte que identifica a su grupo (cuadrilla).
El toque de los tambores se escucha ahora por doquier. Entonces, la siempre villa de San Cristóbal de La Habana ve interrumpida la quietud de las primeras horas de la mañana y se convierte nuevamente en protagonista de una fiesta verdaderamente popular: el Día de Reyes. (Tomado de Opus Habana)