Para servir a la Patria

Eldonita de Pablo Rafael Fuentes
2024-06-03 06:38:12

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Foto: Estudios Revolución

La Habana, 3 jun (RHC) El poder para Raúl nunca ha sido un fin, sino una forma de servir a la Patria. En reiteradas ocasiones de su vida revolucionaria, ha dejado legados sin esperar nada a cambio de sus contemporáneos ni de las generaciones futuras.

En el poco tiempo transcurrido desde su regreso de Europa hasta el asalto al Moncada, Raúl se dedicó a la preparación de la acción armada contra Batista. Fidel no le informó sobre los detalles porque el plan estaba totalmente compartimentado. Solo unas horas antes de la operación, en la Granjita Siboney, conoció que iría con otros cinco hombres a tomar el edificio del Palacio de Justicia, que se encontraba al lado del cuartel, para desde la azotea apoyar con el fuego la ofensiva del grupo principal, dirigido por Fidel.

Otro grupo, compuesto por 20 hombres y dirigido por Abel Santamaría, segundo jefe del movimiento, debía tomar el hospital que colindaba con la parte trasera de la fortaleza y neutralizar cualquier actividad de la guarnición en este sector.

Raúl y sus compañeros cumplieron la primera parte de la orden con relativa facilidad. Primero capturaron a un cabo que transitaba por el lugar, luego al sereno del Palacio de Justicia que acudió a abrirles la puerta, quien les informó dónde se encontraban los guardias que custodiaban el edificio. Hicieron prisioneros a estos últimos y, después de desarmarlos, los encerraron junto a los otros dos en un local.

Con otros combatientes, Raúl subió a la azotea, desde donde se observaba muy bien el Moncada. Ya había comenzado el combate, iniciado alrededor de las 5:15 de la mañana. En el cuartel sonaba la sirena de alarma. Se escuchaban las ráfagas de una ametralladora, que lamentablemente se encontraba emplazada fuera del alcance de las armas de los que estaban en la azotea del Palacio.

El grupo abrió fuego sobre el cuartel con el objetivo de inmovilizar las acciones de la guarnición. Raúl disparaba con un fusil Springfield, ocupado instantes antes a uno de los militares, cuyo funcionamiento había aprendido con los guardias rurales en Birán. Como es sabido, el combate solo duró alrededor de 15 minutos. Al fallar el factor sorpresa, era imposible, con apenas unos 60 hombres mal armados, tomar la fortaleza donde se defendía un regimiento completo del ejército regular. Fidel dio la orden de retirada, que fue observada por Raúl y sus compañeros desde la azotea.

Raúl también ordenó la retirada, pero permaneció unos minutos más mirando lo que sucedía en el cuartel. Al descender por el ascensor del edificio, advirtió que una patrulla de militares estaba a punto de apresar a sus compañeros. De inmediato se abalanzó sobre el sargento que los dirigía, le arrebató la pistola y ordenó a los soldados y su jefe tirarse al suelo, lo que cumplieron sin resistencia.

Fue un momento en que se decidió el destino de un hombre y el de sus compañeros; instantes que, como dice la canción homónima de la serie de televisión soviética Diecisiete instantes de una primavera, «silban junto a la sien y llevan a unos el deshonor y a otros la inmortalidad». Raúl, ante la ausencia de mando del jefe de su grupo, desde el comienzo dio las órdenes oportunas y organizó la retirada en el momento adecuado. Así, de combatiente de fila, pasó a ser el jefe.

En pocos segundos, los asaltantes se convirtieron de arrestados en escolta. El desdichado sargento y los soldados que lo acompañaban fueron conducidos a la misma habitación que ocupaban los demás detenidos. Se les ordenó sentarse en silencio, hasta tanto recibieran otra indicación.

Raúl ordenó a sus compañeros tomar el auto en que habían llegado, ponerlo en marcha y esperarlo mientras él buscaba al jefe de grupo. Luego de confirmar que no se encontraba en el lugar, partieron a toda velocidad. Tras dar varias vueltas llegaron a Ciudamar, un reparto costero de Santiago de Cuba, donde vieron ropas tendidas en el patio de una casa y se vieron obligados a ocuparlas para despojarse del uniforme del ejército con el cual iban vestidos todos los asaltantes que participaron en las acciones del 26 de julio.

Regresaron al centro de la ciudad y, al llegar al parque Céspedes, uno de ellos propuso ir a la casa de Micaela Cominches, a quien conocía, donde estaba seguro que encontrarían protección. Raúl, como eran muchos, decidió buscar ayuda con personas amigas de sus padres.

De su grupo ninguno murió en combate ni cayó en las garras de los batistianos en aquellos cuatro espantosos primeros días de represión, cuando los que resultaban sospechosos de haber participado en los asaltos eran sometidos a las más bestiales torturas y asesinatos.

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Solo dos meses antes, entre el 17 y el 22 de diciembre de 1975, había sesionado en La Habana el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, el cual adoptó la Plataforma Programática de la organización, eligió los órganos de dirección del Partido, hasta entonces formados bajo el principio de cooptación, y aprobó otros importantes documentos.

La trascendental reunión sesionó en el teatro Carlos Marx. (…). El honor de inaugurar los trabajos se le concedió a Raúl Castro. Los cubanos, como regla general, acostumbran dedicar las grandes actividades políticas a importantes aniversarios de su historia. En esa ocasión, Raúl planteó que el congreso se celebraba en el año del cincuentenario de la fundación del primer Partido Comunista de Cuba.

(…) En el trabajo del congreso ocupó un lugar especial la elección de la nueva dirigencia del Partido. Raúl fue electo Segundo Secretario de la organización, cargo que ocupaba desde la creación de las ORI. Al referirse a este tema en las palabras de clausura del evento, Fidel Castro dijo: Se sabe que en nuestro Partido y en nuestra Revolución no puede existir, ni existirá jamás, el familiarismo; ¡se sabe eso! A veces dos cuadros se juntan: el caso de Raúl y de Vilma, y son familia. Y así otros casos de otros compañeros. Pero en nuestro Partido, donde el mérito tiene que prevalecer siempre, ni la amistad ni la familia son, ni serán jamás, factores a considerar. (…)

En el caso del compañero Raúl, en realidad es para mí un privilegio que, además de un extraordinario cuadro revolucionario, sea un hermano. Esos méritos los ganó en la lucha y desde los primeros tiempos. La relación familiar sirvió para que lo enrolara en el proceso revolucionario, lo invitara al Moncada. ¡Ah!, pero cuando allí, en la Audiencia de Santiago de Cuba llega una patrulla y los hace prisioneros, si Raúl no hace lo que hizo en ese instante, hace mucho tiempo que no existiría Raúl, que fue quitarle la pistola al jefe de la patrulla y hacer prisionera a la patrulla que los había hecho prisioneros a ellos. Si no hace eso, a todos ellos los habrían asesinado algunas horas después en el Moncada. Y ese fue el comienzo. Y la prisión, y el exilio, y la expedición del Granma, y los momentos difíciles, y el Segundo Frente, y el trabajo desplegado durante estos años.

Lo digo y lo recalco, porque es necesario expresar hasta qué punto en nuestra Revolución el criterio que se impone y se impondrá siempre es el mérito, y jamás ninguna consideración de tipo de amistad o de familia. Los cubanos comprendemos bien todo esto, pero también es necesario que se comprenda fuera de nuestro país.

Las palabras de Fidel fueron interrumpidas más de una vez por los fuertes aplausos de los delegados, quienes conocían muy bien los méritos de Raúl.

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Raúl Castro pertenece a la estirpe de estadistas que jamás ha aspirado a convertirse en primera figura del Estado o del Partido. Acogió el liderazgo de Fidel Castro con total naturalidad e infinita fe en él, y ha insistido siempre en destacar su excepcional papel en la Revolución Cubana. Juntos han formado una pareja inseparable, que multiplicó por diez las fuerzas de cada uno por separado. Algunos historiadores incluso los han comparado con Carlos Marx y Federico Engels. (…)

Cuando Fidel enfermó, Raúl cumplía 75 años de edad. Por supuesto, era ya un dirigente muy experimentado, que conocía a la perfección a los cuadros del Partido y del Estado. (...)

El poder para él nunca ha sido un fin, sino una forma de servir a la Patria. En reiteradas ocasiones de su vida revolucionaria, ha dejado legados sin esperar nada a cambio de sus contemporáneos ni de las generaciones futuras.

Fragmentos del libro Raúl Castro, un hombre en Revolución. Fuente: Granma)

Postal de Radio Habana Cuba

 

 



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