por Guillermo Alvarado
Para nadie es un secreto que la inmensa mayoría de las personas que toman la dolorosa decisión de abandonar su hogar, su tierra y su país y buscan refugio en otras latitudes, lo hacen para resguardar sus vidas en peligro por los conflictos armados, la violencia o la represión.
En una guerra pierden todos, menos los que fabrican y ponen en las manos de los combatientes los instrumentos para matar, esas grandes transnacionales que obtienen enormes beneficios mientras en lugares remotos seres humanos se destrozan, muchas veces por inútiles rivalidades que, para colmo, en ocasiones son impuestas desde afuera para conseguir espurios intereses.
Pero lo más terrible es que algunas de estas corporaciones no sólo se enriquecen con la fabricación y venta de armas, sino que consiguen ingresos adicionales con las consecuencias de la guerra, de manera particular con el fenómeno de los refugiados que en los últimos años ha estremecido las costas europeas.
Tal es el caso de firmas como Airbus, Finmeccanica, Thales, Safran e Indra, que no sólo provocan las crisis, sino que después se benefician con ellas.
Las tres primeras tienen licencias para exportar armas a países del Oriente Medio y el norte de África y el año pasado sus ingresos sumaron 95 000 millones de euros.
Al mismo tiempo, obtienen de varios Estados de la Unión Europea jugosos contratos destinados a proporcionar tecnologías y equipos con el propósito de garantizar la seguridad en las fronteras y contener las oleadas de refugiados.
Airbus, que tiene su sede principal en Francia, vende a las naciones con fronteras sensibles modernos helicópteros, sistemas de comunicación y radares para detectar movimientos, y su filial Signalis, que opera junto con la alemana Atlas Elektronik, es creadora del sistema Spationay, usado para vigilar las líneas limítrofes francesas.
Finmecánicca suministra equipos para la seguridad, detección, control de acceso, aseguramiento de perímetro y sistemas de mando y sus helicópteros usados en la Unión Europea son financiados por ese bloque, lo que incrementa sus ingresos.
La empresa Thales fabricó un sistema integrado para controlar la frontera oriental de Letonia y sus radares instalados en barcos en todos los mares se emplean también para vigilar los movimientos de refugiados y la Guardia Civil Española dota sus vehículos de unidades térmicas móviles construidos en esta firma, capaces de detectar movimientos masivos en su línea de demarcación.
De igual forma, la firma francesa Salfran se dedica a sistemas de control biométrico e instaló cámaras infrarrojas en la frontera de Eslovenia, financiadas por la Unión Europea para contener a los inmigrantes.
Los enormes gastos de seguridad y el blindaje fronterizo europeo obligan a decenas de miles de personas a buscar vías más peligrosas para conseguir su objetivo, lo que ha significado un incremento de muertes en el primer semestre de 2016.
Cada cadáver en el Mediterráneo significa miles de euros en el bolsillo de consorcios inescrupulosos que por un lado azuzan los conflictos para vender armas, y por el otro lucran con la suerte de quienes tratan de escapar de esas guerras. Un oscuro, redondo y diabólico negocio.