por Guillermo Alvarado
El primer ministro italiano, Mateo Renzi, la canciller federal alemana, Ángela Merkel, y el presidente de Francia, François Hollande, se entrevistaron esta semana para trazar el futuro de la Unión Europea, afectada por el abandono del Reino Unido a ese mecanismo de integración, un proceso conocido de manera común como “brexit”, y que asestó un severo golpe al bloque continental.
Luego de la entrevista con sus socios, Renzi aseguró que el proyecto europeo no está acabado por la salida británica, pero exigió transformaciones profundas para que deje de ser sólo una unión financiera y bancaria, con severas reglas tecnócratas y atienda también los intereses humanos y sociales de los pueblos que la integran.
El jefe de gobierno italiano puso el dedo sobre la llaga, pues el cuestionamiento más común entre los habitantes de esa región es que las autoridades del grupo, cuya sede central está en Bruselas, la capital de Bélgica, se preocupan más por las cuestiones económicas, el cumplimiento de las metas financieras y otros asuntos técnicos, sin tomar en cuenta los problemas de desarrollo, o las evidentes asimetrías entre los diversos socios.
Países pequeños, como Chipre, Grecia o Portugal tienen que cumplir con sus obligaciones con el mismo nivel de exigencia que Alemania o Francia, los más industrializados, lo que obliga a los gobiernos a aplicar severos programas de ajuste que dañan a la población, y crean fenómenos negativos como el desempleo masivo, la erosión de servicios públicos indispensables y desembocan en crisis humanitarias.
El ejemplo más dramático es Grecia, que fue endeudado hasta un grado extremo con la aplicación de los llamados rescates financieros, por medio de los cuales se transfirieron miles de millones de euros, pero no para impulsar el crecimiento de la economía o resolver las carencias sociales, sino que simple y llanamente para pagar las deudas con los grandes bancos, la mayoría de ellos alemanes o franceses.
En la misma Francia, el gobierno del presidente Hollande fue forzado por Bruselas a liquidar buena parte de los derechos laborales para garantizar las ganancias de las grandes empresas, así como aplicar programas de ajuste neoliberal tan radicales, que ni el mismo conservador Nicolás Sarkozy, su antecesor, se atrevió a practicar.
Las carencias cotidianas, el endurecimiento de las condiciones de trabajo, la falta de empleo y perspectivas para los menores de 25 años, hacen que los habitantes comunes y corrientes de Europa vean con ojos escépticos el futuro de ese bloque, y explica en buena medida por qué la población británica apostó por bajarse del carro.
A los problemas internos se suman crisis externas, en cuya génesis los europeos también son responsables en buena medida, como la oleada de inmigrantes y refugiados que buscan arribar a las puertas de ese continente para escapar a las guerras, encendidas no pocas veces por miembros de la Unión Europea.
Ninguna alternativa de carácter técnico será viable para salvar los muebles en ese mecanismo integrador, si antes no se resuelven los graves problemas sociales generados por tecnócratas y financistas, para quienes la clave del éxito está en el dinero y las ganancias, y no en el mejoramiento de la condición humana.