por Guillermo Alvarado
Pocas veces en la historia se ha visto un espectáculo tan grotesco como el escenificado en Brasil durante los últimos meses, cuyo infame final ocurrió la víspera, en que un grupo de legisladores corruptos y traidores, con el apoyo de la derecha y los grandes medios de comunicación, perpetraron el linchamiento político de la presidenta Dilma Roussef, con el oscuro propósito de engrosar el manto de impunidad con que se protegen.
Sin que se presentara ninguna evidencia de delitos de corrupción ni crímenes de responsabilidad, la mandataria fue separada del cargo, y con ella el Partido de los Trabajadores, PT, que durante los últimos años gobernó en beneficio de los tradicionalmente olvidados y rescató de la pobreza a 35 millones de personas y mejoró la calidad de los ingresos de otros 40 millones.
Nunca antes del arribo al poder del PT, primero con Luis Inacio Lula da Silva, y luego con Dilma, un ejecutivo trabajó tanto en el llamado Gigante Sudamericano para resolver problemas urgentes, como la educación, la vivienda, el hambre y la salud, así como la protección de los recursos naturales.
Son precisamente las enormes riquezas de que disfruta ese extenso país las que están en el meollo de la cuestión. Nada despierta más la ojeriza de las fuerzas hegemónicas norteamericanas y las transnacionales, que son su punta de lanza de penetración y dominio, que un gobierno dispuesto a defender estos recursos para beneficiar con ellos a su pueblo.
En el largo camino de la conspiración legislativa contra Dilma quedan nombres como el del expresidente de la cámara de diputados, Eduardo Cunha, principal símbolo de la constelación de corruptos que permitieron la ilegítima ocupación del cargo del actual gobernante, Michel Temer.
Éste alcanzó su puesto de una manera infame. Si Cunha es el rostro de la corrupción, Temer es el epítome de la traición, urdida durante meses para alcanzar una investidura que contradice la voluntad de 54 millones de brasileños que votaron por Dilma Rousseff.
Ya se anuncian privatizaciones, el recorte de gastos en programas sociales, así como una política exterior orientada hacia los dictados del norte, lo que implica el abandono paulatino de los mecanismos de integración regional actualmente en marcha, y de los que el PT fue un decidido impulsor.
El golpe de Estado en Brasil es, como señala una Declaración del Gobierno Revolucionario de Cuba, “otra expresión de la ofensiva del imperialismo y la oligarquía contra los gobiernos revolucionarios y progresistas de América Latina y el Caribe, que amenaza la paz y la estabilidad de las naciones”.
Es una victoria efímera de la traición, la ilegalidad y la corrupción, que debe servir de advertencia a todos nuestros pueblos para impedir a tiempo un retorno a los años más oscuros en la región, cuando las decisiones se tomaban en Washington, y se ejecutaban sobre nuestro suelo.