Por: Guillermo Alvarado
Esta semana se celebró la primera cumbre de la Organización de las Naciones Unidas sobre el drama de los refugiados y los migrantes donde se adoptó la llamada “Declaración de Nueva York”, un documento destinado a demandar esfuerzos a todos los gobiernos para atender el fenómeno del desplazamiento masivo de seres humanos.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, aseguró que no se debe considerar a estas personas como una carga, sino más bien descubrir y aprovechar todas sus potencialidades.
La declaración había sido negociada meses atrás y fue adoptada por los 193 países miembros de la máxima entidad mundial y, aunque representa un indudable paso de avance, tiene numerosos inconvenientes para ser llevada a la práctica.
El primero y más importante de ellos es que por tratarse de una declaración, y no de un acuerdo, no tiene carácter vinculante, es decir que no es de cumplimiento obligatorio para ninguno de los Estados firmantes.
Esto significa que a pesar de sus buenas intenciones, como organizar mejor los flujos de refugiados, garantizar el estricto cumplimiento de los derechos humanos de todos los afectados por el fenómeno, así como la integración oficial de la Organización Internacional para las Migraciones, todo podría quedar en papel mojado.
Según el texto, los países se empeñarán en salvar vidas, en un desafío considerado antes que nada moral y humanitario, pero del dicho al hecho, como reza la sabiduría popular, suele haber un buen trecho.
Nadie ignora que los países desarrollados que reciben buen número de refugiados y migrantes, como los miembros de la Unión Europea, en lugar de ofrecer una atención adecuada a quienes solicitan asilo, aplican medidas cada vez más restrictivas, algunas incluso de corte militar, que no hacen sino endurecer las condiciones de vida y de movilidad de quienes se desplazan buscando un mundo mejor.
Europa blindó sus puertas y se inauguraron nuevos muros para contener las oleadas que buscan escapar a la violencia, las guerras, el hambre y las enfermedades.
Iniciativas como las de la canciller federal alemana Ángela Merkel, quien no es precisamente una madre Teresa de Calcuta, de abrir el grifo para dejar entrar más refugiados al país, fueron atacadas con dureza por la derecha y la extrema derecha.
Otro problema es que una gran cantidad de los millones de refugiados se agrupan en naciones con ingresos medios y bajos, sin capacidad de ofrecerles mejores condiciones, aún queriendo hacerlo.
Organizaciones humanitarias denunciaron que una buena parte del contenido de la Declaración de Nueva York ya está contemplada en legislaciones nacionales, y sencillamente no se aplica.
Filippo Grandi, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, dijo que ya es hora de cambiar la orientación respecto a los 65 millones de desplazados que huyen de la guerra y la persecución, en el mayor drama vivido por nuestra especie después de la Segunda Guerra Mundial.
Se corre el riesgo, sin embargo, que esta declaración se sume a las buenas intenciones de las que, según dicen, está empedrado el camino del infierno.