por Roberto Morejón
La reciente Conferencia de la ONU sobre los refugiados en el mundo llevó a un compromiso para proteger los derechos humanos de esas personas, aunque está por ver si derribará muros que tratan de frenar esas corrientes de desesperados.
En la cumbre celebrada en Nueva York se aprobó una declaración positiva, suscrita por los 193 países miembros de la ONU, a favor de proteger las prerrogativas ciudadanas de los inmigrantes.
Los firmantes reconocen una responsabilidad compartida para gestionar grandes movimientos de refugiados de forma humana y se comprometen a abordar las causas.
En ese último acápite no se reportan avances, pues en el Norte industrializado se niegan a aceptar que detrás de las corrientes masivas de personas están la desintegración salarial en el mundo y la creciente diferencia en el Producto Interno Bruto per cápita.
Diez países africanos, con una población total de 150 millones, tienen un Producto Interno Bruto inferior a los exhibidos al independizarse.
La diferencia actual entre los países ricos como Estados Unidos, hacia donde quisiera ir la mayoría de los migrantes, y los más pobres como Madagascar es de 50 a 1.
El 1% más pobre de la población danesa tiene ingresos superiores a los del 95% de los habitantes de Malí, Madagascar y Tanzania.
Un informe financiado por la fundación alemana Friedrich Ebert afirma que los hondureños emigran por razones de supervivencia económica.
El documento señala que la migración "NO es una decisión voluntaria sino obligada por las circunstancias, esas que derivan de la aplicación de un modelo global de 'desarrollo' que rebasa las fronteras nacionales y NO genera empleo decente".
Además de las razones económicas, las personas abandonan su tierra natal porque temen a la violencia o simplemente buscan reunificar familias.
Por cualquier motivación, el éxodo desde el Sur empobrecido al Norte rico aumenta a pesar de las trabas y la represión de los Estados receptores.
Los de más recursos apelan a las barreras, como en la frontera entre Estados Unidos y México, y a la prohibición de la Unión Europea de acceder a sus costas ante la avalancha de embarcaciones precarias repletas de sirios y afganos, entre otros.
La política de los valladares parece de moda, pues Arabia Saudita construyó uno para separarse de Yemen en imitación de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, en la costa marroquí.
Una alternativa más útil sería que el Norte aumentara su cooperación al desarrollo y emprendiera una política conjunta para permitir una inmigración más amplia y ordenada de trabajadores.
Está por corroborarse si tales opciones pudieran ganar terreno ventiladas por los compromisos estampados en el papel durante la Conferencia de la ONU sobre los refugiados.