Por Stella Calloni *
En un escenario donde las guerras coloniales y sus horrores transcurren como una historia cotidiana y nadie se detiene a imaginar lo que significan estos nuevos genocidios del siglo XXI para los millones de sobrevivientes que lo perdieron todo, parece imposible que la mirada se vuelva sobre Haití.
'Nadie es Haití', dice una viñeta que publicó el caricaturista Miguel Villalba Sánchez ('Elchicotriste') en el sitio Cartoon Movement.
Villalba Sánchez denuncia: otra vez más 800 muertos en Haití, 'pero nadie arma fotos de perfiles especiales para Facebook ni slogans para las víctimas del huracán Matthew'.
El mundo no mira hacia ese país, el más pobre de América Latina y el Caribe y uno de los más pobres del mundo. No existe un 'yo soy Haití', como aquel 'yo soy Charlie' que anduvo por el mundo, como una moda más, en referencia al atentado contra el semanario francés Charlie Hebdo.
Dirán que esto se trata de un huracán, no de terrorismo. Pero acaso ¿no es terrorismo todo lo que ha vivido el pueblo haitiano en su historia? ¿No es terrorismo el colonialismo brutal? ¿No fue terrorismo la esclavitud, los barcos de esclavos surcando los mares con la 'mercadería' humana, aquellos hombres cazados en las junglas donde eran inmensamente libres?
Colonialismos, invasiones, dictaduras. Terror sobre terrores. El pueblo de Haití resucitando una y otra vez. La hipocresía del mundo es ilimitada.
'Nadie es Haití'. Después del terremoto de 2010, que dejó más de 200 mil muertos y dos millones sin casa, por llamar de algún modo a los miles de viviendas precarias, es el huracán Matthew, que el 4 de octubre pasado arrasó y destruyó todo a su paso y volvió a poner ante nuestros ojos la tragedia del pueblo haitiano, pero sólo como un relámpago, un flash, una noticia pasajera.
Unos 200 mil haitianos quedaron en la calle, cuando aún no se ha logrado resolver la tragedia de 2010, mientras Estados Unidos mantiene fondos congelados, fondos que son del pueblo haitiano, que sigue esperando que alguna vez se haga justicia.
Las inundaciones, los aludes que arrastraban todo a su paso no dejaron nada en pie. Se destruyeron los sembradíos, se perdió el ganado, y el hambre grita a tan escasos kilómetros por mar de Estados Unidos, la mayor potencia del mundo, que -como Francia y otros países europeos- han sido los verdugos de un pueblo, cuya historia tiene esplendores y tragedias sobrecogedoras.
Tres días duró el huracán en Haití, el peor en 50 años. Buscando más información sobre esa increíble tragedia que nos reclama cada día, recibo un video que desde Haití, vía México, me manda un amigo camarógrafo incipiente, quien reconoce que a veces las lágrimas le impiden ver por el ojo de la cámara.
Veo en el video que la destrucción es similar a la del terremoto y afectó a lugares casi inaccesibles. Según Naciones Unidas, más de un millón de personas se vieron afectadas por la tormenta, y al menos un tercio necesitará ayuda humanitaria. Hay cientos de haitianos heridos.
En medio de esos despojos, veo aparecer como 'enviados del cielo' a los médicos cubanos, llegando a lugares remotos con enormes dificultades. Veo los rostros de desesperada esperanza con que los reciben los habitantes.
Allí están. Es la misión Henry Reeve, que sigue trabajando sin descanso, como lo hicieron desde hace tiempo las misiones que ayudaron a salvar miles de vida después del terremoto de 2010 y especialmente cuando el cólera se cobró otras miles de víctimas.
Los veo trabajar en condiciones increíbles, en medio del lodo, del desastre, y me pregunto no sólo ¿quién mira hacia Haití?, sino ¿quién mira a estas mujeres y hombres que están allí trabajando sin tiempos, sin horas, en silencio, fuera del mundo, donde cada día hay más hombres-lobos que se comen a sus hermanos?
Esa solidaridad, que llega desde Cuba, no será televisada. Carpas hospitales, como en la guerra, se levantan donde se puede. Son cientos, miles de víctimas, y el cólera otra vez. El trabajo de la misión cubana es heroica. Son héroes ignorados por el mundo de la banalización y el individualismo, pero amados y reconocidos por un pueblo que sólo confía en ellos.
Esos médicos, enfermeros y otros profesionales de la salud cubanos, no están allí por ningún tipo de interés mezquino, no están tratando de robar territorios, ni saquear lo poco que queda de recursos naturales, ni intentan destruir la memoria de los tiempos de gloria de la primera revolución negra y de la primera independencia en América Latina.
Tiempos cuyo esplendor aún irradia y vive en la memoria soterrada de ese pueblo, que aún puede cantar con su propia voz en medio de la desolación.
La misión médica de Cuba en Haití es un destello de luz entre tantas sombras, en un país que sigue peguntándose como lo hace el poeta haitiano Jacques Viau: '¿Qué será de nosotros después de esta larga travesía? Poco importan si el mármol o la piedra eternizan nuestro corazón de húmedo barro'.
*Prestigiosa intelectual y periodista argentina, quien colabora con Prensa Latina.
(Tomado de PL)