Por Guillermo Alvarado
Después de una larga y rupestre campaña electoral, donde los dos principales candidatos a la presidencia de Estados Unidos se empeñaron en mostrar el peor rostro de la política en ese país, por fin los ciudadanos acuden este martes a las urnas con más incertidumbres que certezas para escoger a sus futuros gobernantes.
Hillary Clinton, del partido Demócrata, y Donald Trump, del Republicano, quedarán al final del día ante el veredicto definitivo en un enrevesado proceso, donde no cuenta tanto la cifra global de papeletas a favor de uno u otro, sino los llamados “electores” que se consiguen estado por estado.
Recordemos que en ese sistema se juega el todo o nada, es decir que quien gane en un estado se lleva el total de electores, y el que pierde se queda en cero.
Para ser elegido presidente de los Estados Unidos se necesita conseguir por lo menos 270 de estos votos, que son el foco de la encarnizada y baja pelea que a lo largo de más de 15 meses protagonizaron Clinton y Trump.
Según algunas opiniones, entre ellas la del destacado lingüista y analista político Noam Chomsky, la paz no reinará en la política estadounidense una vez cerrados los colegios y contados los sufragios, pues la contienda despertó fuerzas y pasiones que difícilmente se van a apaciguar.
Recordemos que Trump aseguró que sólo reconocerá los resultados si le son favorables, lo que en caso de una derrota del republicano sugiere una lucha que se extenderá más allá del 9 de noviembre.
En una reciente entrevista Chomsky aseguró que muchos seguidores de Trump piensan que el día posterior a las elecciones será una jornada de mucha rabia. Las fuerzas básicas que lo han apoyado no van a desaparecer. Son como la ultraderecha europea. No van a irse de pronto solo porque hayan perdido, dijo.
Ocurra lo que sea, los que están de plácemes son una multitud de empresarios de los medios de comunicación y de otros sectores que han obtenido ganancias fabulosas en la que fue la campaña más cara en la historia de la nación norteña.
Sólo en la contienda presidencial, desde sus inicios en las primarias, el costo asciende a 2 mil 551 millones de dólares, y en las legislativas –donde está en juego toda la cámara baja más un tercio del Senado– se invirtieron otros 4 mil 266 millones.
Esta es la segunda ocasión en que los dos partidos gastan más para asegurarse el control del Congreso que el de la Casa Blanca, lo que es un dato digno de tomarse en cuenta a la hora de analizar cómo se distribuyen las fuerzas decisivas en la política estadounidense.
Si todo marcha con normalidad, será cuestión de horas conocer los resultados de estos singulares comicios donde, reiteramos, los votantes acuden no para escoger al mejor candidato o programa de gobierno, sino para seleccionar al menos malo de los dos.
Si las cosas se complican el espectáculo continuará para regocijo de algunos y preocupación de otros, que ven cómo se desploma la reputada democracia estadounidense, que a pesar de andar por los suelos aún se empeña en querer dar lecciones a los demás.