por Guillermo Alvarado
Se cumple este domingo el primer aniversario de los sangrientos atentados terroristas perpetrados por la organización extremista Estado Islámico en París, la capital de Francia, y que dejaron 130 muertos, la mayoría de ellos jóvenes, y causaron una profunda conmoción en la llamada Ciudad Luz y en el resto de la Unión Europea.
Se trató del peor ataque sufrido por ese país desde la Segunda Guerra Mundial y cambió para siempre la percepción de seguridad y tranquilidad de los habitantes, que descubrieron de una manera brutal hasta qué punto están expuestos a una agresión de semejante naturaleza.
Los ataques, recordemos, ocurrieron cuando Francia estaba bajo la fase máxima de alerta del plan denominado Vigipirate, diseñado justamente para impedir este tipo de actos, pero que resultó inoperante en la práctica.
Dos comandos dispararon contra la multitud congregada en las terrazas de los cafés en un barrio parisino y la sala de baile Bataclán, causando la muerte de 129 personas. Otro grupo detonó cinturones con explosivos en las afueras del Estadio de Francia, donde la selección local de fútbol jugaba contra su similar de Alemania, en una instalación totalmente abarrotada de público. Allí perdió la vida otro ciudadano.
La vida cotidiana nunca volvió a ser la misma en ese país, que ya había sido golpeado por el mortal ataque contra el semanario Charlie Hebdó, y sufrió luego otro atentado en la ciudad de Niza, con 80 víctimas fatales.
Más de cien mil policías, gendarmes y militares fueron desplegados en todo el territorio y su presencia es cotidiana, lo que incrementa la percepción de riesgo para todas las personas. Las escuelas reforzaron su seguridad, así como las estaciones del transporte público, donde la vigilancia es continua.
Hubo también un abierto retroceso en las libertades individuales tras la instalación del estado de emergencia, que permite a las fuerzas de seguridad realizar registros en viviendas y detener a cualquier presunto sospechoso, sin necesidad de orden judicial.
En este último año la policía realizó más de cuatro mil redadas bajo este régimen y decenas de personas están en condición de arresto domiciliario, que puede convertirse en prisión en cualquier momento.
Quizás lo más grave de todo sea el incremento de la discriminación y las agresiones xenófobas, de manera particular contra la población de origen árabe, que en Francia suma varios millones.
Según organizaciones humanitarias, los actos antimusulmanes, que ya antes eran numerosos, se incrementaron en 223 por ciento.
Numerosas ceremonias están previstas durante el fin de semana en memoria de las víctimas de este ataque terrorista, entre ellas la reapertura este sábado de la sala Bataclán tras un año de permanecer cerrada.
Falta mucho más, sin embargo, para que la población recupere la calma y la serenidad, algo que para muchos será imposible en un mundo revuelto donde el miedo es una constante y la confianza se convierte en un bien escaso y raro.