por Guillermo Alvarado
Los recientes acontecimientos en la región del Catatumbo en Colombia, donde cientos de campesinos debieron huir ante las amenazas de grupos armados irregulares, ponen en evidencia los retos extraordinarios que debe superar ese hermano país sudamericano para alcanzar una paz firme y duradera.
Siguiendo la ruta pautada por los acuerdos firmados con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del pueblo, FARC-EP, miles de efectivos de esa organización insurgente comenzaron a abandonar los territorios bajo su control para concentrarse en los puntos donde se efectuará la dejación de las armas, las llamadas “zonas veredales”.
La salida de los rebeldes del área fue seguida, sin embargo, por la irrupción de bandas paramilitares que medraron al amparo del enfrentamiento armado, y que ahora pretenden aprovecharse de un vacío de poder en diversos lugares e imponer su fuerza por medio del uso del terror contra la población local.
Ya las autoridades venezolanas confirmaron que no menos de 400 colombianos cruzaron la frontera para buscar refugio y salvar sus vidas. En tierras de Bolívar se les ha ofrecido acogida, servicios médicos, alimentos y seguridad, al mismo tiempo que se pidió a la comunidad internacional y la Organización de las Naciones Unidas una rápida intervención para evitar una crisis humanitaria de gran envergadura si continúan estos desplazamientos masivos.
Agrupaciones sociales colombianas denunciaron, además, que la irrupción de los paramilitares en las zonas que dejan las FARC-EP constituye una violación flagrante de los derechos humanos de la población campesina.
"Hombres armados con insignias de águilas, intimidan a campesinos en cercanías a zona Veredal de concentración de las FARC", alertó en un comunicado la organización social Voces de Paz, integrante del mecanismo tripartito de verificación de los acuerdos entre el grupo insurgente y el Gobierno de Colombia.
Si bien el ministerio de Defensa decidió la movilización de unos dos mil 200 soldados para la región del Catatumbo, todo indica que fue una reacción tardía ante un problema que se veía venir.
Siempre se dijo que la paz verdadera en Colombia no sólo pasa por alcanzar acuerdos sólidos con las organizaciones insurgentes,, sino que también es indispensable erradicar el paramilitarismo, que como mala hierba creció durante el enfrentamiento.
Poco se hará, asimismo, de no cortarse de raíz el poder de las bandas del crimen organizado, como el narcotráfico, la trata de personas o el mercado negro de armas.
De igual manera atentan contra la paz las bases militares que Estados Unidos tiene asentadas en ese país, cuyo personal no está sujeto a la jurisdicción de las leyes colombianas, lo que significa un agujero en la soberanía nacional.
El trayecto hacia la concordia y la reconciliación es largo y pedregoso y debe reconocerse que hay fuerzas opuestas al fin del conflicto, porque para ellas la guerra constituye una fuente de riqueza y poder, sin importarles la sangre inocente que eso cueste.