Por Guillermo Alvarado
Los franceses acudirán a la primera vuelta para elegir nuevo gobierno el próximo 23 de abril, en medio de la campaña más insólita vivida en la historia moderna de ese país, envuelta en denuncias de corrupción, fracturas internas y lo que se anticipa como la debacle de los partidos políticos tradicionales.
Hasta hace un par de meses todo indicaba que François Fillon, del partido conservador Los Republicanos, heredero de la Unión por un Movimiento Popular, se encaminaba tranquilamente hasta el Palacio del Elíseo, hasta que tropezó con la misma piedra que sacó de la carrera al expresidente Nicolás Sarkozy, la corrupción.
El candidato de derecha encabezaba todas las encuestas de intención de voto cuando se reveló que durante su etapa de parlamentario dio empleo a su esposa Penélope en la Asamblea Nacional, pero ésta a pesar de cobrar jugosos salarios nunca se presentó a laborar, lo que en ese país y muchos otros constituye un delito.
También se denunció que sus hijos fueron contratados como asesores en esa cámara legislativa cuando aún eran estudiantes.
Aunque Fillon se resiste a abandonar la candidatura, sus posibilidades son nulas y cada día abandonan sus filas muchos de sus más cercanos colaboradores, por lo que todo parece ser cuestión de tiempo para que renuncie y quizás sea sustituido por el antiguo primer ministro y excanciller Alaín Juppé, quien tratará en el poco tiempo que le queda de enderezar una nave que hace aguas por todos lados y amenaza con hundirse definitivamente.
Esta circunstancia, más el deterioro sufrido por el Partido Socialista durante la administración de François Hollande, quien no llenó las expectativas de la población, ha dado lugar al meteórico ascenso de Enmanuel Macrón, quien dice seguir una mezcla de ideología social-liberal, si esa extraña combinación es posible.
Macrón fue ministro de Economía de Hollande y le tocó estar al frente de la aprobación de la reforma laboral más drástica ejecutada en ese país desde la II Guerra Mundial, que liquidó muchos derechos de los trabajadores y quitó protagonismo a las organizaciones sindicales para dejar solo al obrero frente a los patronos.
No obstante muchos se ilusionan con las promesas que hace este antiguo banquero, entre ellas eliminar algunos tributos, como la tasa de habitación, que obliga a todos los hogares a pagar al Estado el equivalente de un mes de alquiler al año.
Macrón terminaría en segundo lugar el 23 de abril, por detrás de la ultraderechista Marine Le Pen, del Frente Nacional, y esto obligaría a todas las demás fuerzas políticas, de derecha, centro e izquierda a unir su voto en la ronda definitiva, para evitar en Francia un gobierno ultranacionalista, xenófobo y antiinmigrante, que podría asestar un golpe de muerte al proyecto de la Unión Europea.
La izquierda, como lamentablemente ya va siendo un hábito, acude a estas elecciones muy dividida y sus aspiraciones se centran prácticamente en mejorar la cuota de diez diputados que tiene en la actualidad en la Asamblea Nacional.
Situación extraña en la cuna de la Revolución Francesa que un día iluminó al mundo con los principios de libertad, igualdad y fraternidad y ahora se verá compelida a escoger entre la derecha y la extrema derecha para los próximos cinco años.