por Roberto Morejón
Los analistas que se aventuraron a pronosticar al menos un ligero “cambio” en las posturas intervencionistas de la OEA con la asunción de Luis Almagro, constatan su error al informarse sobre la frenética carrera del secretario general para derrocar al gobierno legítimo de Venezuela.
El titular de la tristemente célebre organización hemisférica desenterró un informe del año anterior a fin de promover ahora la suspensión de Venezuela de la entidad y aplicarle la Carta Democrática si el gobierno en Caracas se abstiene de convocar elecciones en breve plazo.
El aventurerismo de Almagro, quien se arroga el papel de árbitro del destino de un país soberano, generó repulsa y en principio nadie en América Latina y el Caribe lo secundó, con la excepción de Brasil, donde se consumó un golpe parlamentario contra la presidenta constitucional.
Ante ese y otros desmanes, Almagro permaneció en silencio, pero contra Venezuela apela a todo su gastado arsenal, al estilo del viejo panamericanismo impuesto por Estados Unidos en el Hemisferio Occidental y en la OEA.
Las maniobras del titular de la OEA recuerdan los viejos tiempos de esa entidad cuando se plegó a los designios de Estados Unidos para expulsar a Cuba en 1962, porque un gobierno revolucionario se afianzaba en esta plaza.
Calificada por el excanciller cubano Raúl Roa como “ministerio de colonias”, la OEA también amparó o permaneció indiferente ante otros hechos impúdicos como los golpes de estado en Brasil, en 1964, y Chile, 1971.
La Organización de Estados Americanos arropó en 1954 la intervención en la Guatemala de Jacobo Arbenz, la invasión a Playa Girón, en Cuba, en 1961 y el desembarco de marines en República Dominicana en 1965.
Cuando la guerra de las Malvinas se limitó a una condena endeble al poder colonial británico y poco menos hizo durante los sucesos en Granada, que incluyeron la irrupción de infantes de marina estadounidenses.
Hoy, cuando América Latina saluda y respalda el proceso de paz en Colombia, Almagro y la entidad que encabeza prefieren desviar la atención y concentrarse en su agenda intervencionista en Venezuela, convertida en una obsesión para el diplomático.
No por casualidad, la Asamblea Nacional de Venezuela, controlada por una oposición beligerante y que obstruye el diálogo con el gobierno, se apresuró a aplaudir a Almagro ante sus intentos por ganar respaldo para suspender al país sudamericano de la OEA.
Almagro, quien recientemente se prestó a una provocación anticubana, excede sus prerrogativas y hasta adversarios de la Revolución Bolivariana han comenzado a admitirlo.