Por: Roberto Morejón
El fenómeno del paramilitarismo no es exclusivo de América Latina, pero allí adquirió ribetes insospechados, sin que pueda hablarse de un capítulo cerrado, porque se manifiesta en Colombia, algunos países centroamericanos y Venezuela.
La derecha recalcitrante, oligarquías, hacendados y grupos políticos fascistas se coligaron para estructurar grupos armados con el objetivo de neutralizar a campesinos, activistas sociales, políticos y líderes de izquierda.
Las dictaduras militares del Cono Sur apelaron a esa macabra herramienta para complementar la labor de los cuerpos represivos y de inteligencia oficiales, todos empeñados en liquidar el movimiento revolucionario y el malestar social.
En América Latina el paramilitarismo cobró especial relevancia en Colombia hasta convertirse en actor fundamental de una violencia que durante más de 50 años provocó 260 mil muertos y casi siete millones de desplazados.
Si bien el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia firmaron un acuerdo de paz hoy en ejecución, todavía se escuchan denuncias sobre la existencia de grupos paramilitares.
Debe recordarse que la guerrilla combatió contra las Fuerzas Armadas y las bandas paramilitares de derecha, vinculadas con frecuencia con el narcotráfico.
En la actualidad, América Latina está lejos de poner punto final a un flagelo que asoma su reprensible rostro en Venezuela.
Las autoridades venezolanas denunciaron recientemente la detención de individuos vinculados a partidos opositores y de otras personas por dirigir lo que describieron como células armadas para desatar actos de violencia.
El gobierno venezolano habló de la acción de organizaciones insurgentes que operaban con células dotadas de pertrechos bélicos.
El vicepresidente venezolano, Tareck El Aissami, reveló que los servicios de inteligencia detectaron que la insurgencia armada formaba parte del plan paralelo de marchas y otras acciones convocadas por la oposición para derrocar al gobierno.
De acuerdo con esas denuncias, Venezuela es teatro de operaciones de una modalidad del paramilitarismo básicamente urbano, movido por los hilos de siempre, a cargo de oligarquías y políticos derechistas radicales, aupados desde el exterior.
Darle la espalda a las actividades de los paramilitares o premiarlos con la impunidad sería como encender una nueva mecha a la violencia.
Como ocurrió en América Latina anteriormente cuando el poder mediático minimizó el alcance del paramilitarismo, en Venezuela se trata de ignorar las denuncias de las autoridades sobre el surgimiento de una insurgencia armada antipopular, con ribetes fascistas.