Por: Guillermo Alvarado
Era el mediodía del 19 de mayo de 1895 en el paraje conocido como Dos Ríos, en el oriente cubano, cuando, con el enemigo al acecho, José Martí decidió que era su deber no quedarse atrás, al margen de la batalla y contra la opinión y los deseos de quienes contaban con preservarlo por su valor para la patria, inició la cabalgata hacia el frente donde lo esperaba, no la muerte, sino la inmortalidad.
La historia de esta América Nuestra ha estado marcada por este tipo de sublimes actos de sacrificio, aunque quizás ninguno ha despertado tal cantidad de debates en torno a las razones que llevaron a Martí al alcance de las balas españolas. ¿Debía estar allí, en la primera línea del combate, un hombre prácticamente imprescindible para la causa de la independencia de Cuba?
Todos los antecedentes y la opinión de los más profundos analistas indican que el decidió que sí, que su lugar estaba donde era más útil en ese instante, que para hacer realidad el principio de “con todos y para el bien de todos” la retaguardia no era sitio para el Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Estaba, además, honrando la tradición mambisa de que el jefe siempre está en la vanguardia de la tropa.
La muerte de uno de los pensadores más extraordinarios que ha nacido en este hemisferio fue un golpe muy duro, pero la semilla estaba sembrada y en Dos Ríos germinó con la sangre del patriota.
Si bien hubo el artero propósito de esconder toda la profundidad de sus ideas durante la república neocolonial, de tergiversar su pensamiento o llevarlo al campo de la leyenda, a donde los demás no pudiésemos alcanzarlo, pronto llegó el tiempo de la cosecha.
La cabalgata de José Martí continuó en 1953 cuando un puñado de patriotas, al mando de Fidel Castro, asaltó el cuartel Moncada justo en el año del centenario de su natalicio y cuando sus ideas parecían condenadas a languidecer.
No en balde Fidel lo declaró autor intelectual de aquella gesta que condujo al triunfo de la Revolución en las primeras horas del 1 de enero de 1959, momento a partir del cual el Apóstol de la Independencia volvió con toda su fuerza.
La Revolución fue el marco para que toda la magnitud del pensamiento martiano saliese a la luz y se difundieran, dentro y fuera de Cuba, sus ideas sobre la unidad, la justicia, la lealtad, el patriotismo, la ética y, por encima de todo, el antiimperialismo y la defensa de nuestros pueblos ante las apetencias de la poderosa nación del norte.
Hombre profundo, Martí enseñó a diferenciar al pueblo de los Estados Unidos de quienes lo gobiernan y dirigen, y así lo plasmó cuando dijo: “amamos a la patria de Lincoln, como tememos a la patria de Cutting”, idea que hoy día adquiere singular importancia.
Martí cabalga de nuevo y ahora su campo de batalla son las tierras de América Latina y El Caribe. Lo acompañan, entre otros, la familia Maceo, Máximo Gómez, Simón Bolívar, Farabundo Martí, Augusto Sandino, Ernesto Guevara y Salvador Allende. En los últimos años se invitaron a este poderoso contingente Hugo Chávez y Fidel Castro.
¿Qué no podremos hacer con una vanguardia semejante?