Por Iris Oropesa/JRebelde
«Tienen que ser monstruos». «¿Qué habrá en esas mentes enfermas?». «¿Por qué alguien haría algo así?». «¿Por qué hay gente que se deja reclutar por grupos extremistas incluso si viven lejos, en otra nación?… Estas son algunas de las lógicas interrogantes que pasan de boca en boca cuando, con peligroso tono de cotidianidad, se multiplican las noticias sobre atentados terroristas en cualquier ciudad del mundo.
El debate revive tras los recientes atentados en Manchester, Londres... ¿serán los terroristas personas enfermas?, ¿qué dice la ciencia sobre el fenómeno en general? Ciertamente, la investigacion tiene sus respuestas.
Los monstruos no existen
Entre los estudios desarrollados por sicólogos, siquiatras y sociólogos acerca del tema del terrorismo, la supuesta asociación de algún trastorno mental con esas conductas ha sido uno de los puntos cruciales.
El terrorismo se define como una sucesión premeditada de actos públicos violentos sobre población no combatiente, con el fin de sembrar el pánico a nivel social y lograr, a la larga, agitación y cambios políticos, según el sicólogo social Luis de la Corte Ibáñez, autor del libro La Lógica del terrorismo. En este sentido, los especialistas han estudiado la posible relación entre entidades clínicas con alguna semejanza con este tipo de actuación, especialmente el narcisismo, la paranoia y la sicopatía.
Sin embargo, a pesar de que la desestimación de la realidad y la falta de empatía con las víctimas son puntos en común, esos males también presentan en sus propios síntomas conductas que se han calificado de incongruentes con el actuar de los terroristas.
Entre los ejemplos, los sicólogos han hallado que la estructura de comunidad que sostiene los grupos terroristas, con su disciplina, jerarquías y sentido de lealtad, son lejanos para un sicópata o un narcisista, mientras un paranoico no podría sostener mucho tiempo un pensamiento atento a esa realidad particular como para integrarse correctamente.
La inmensa mayoría de los atentados y ataques que hoy por hoy ocurren en el mundo (…) son ejecutados por miembros de organizaciones y no por terroristas independientes, afirman Fernando Reinares y Carola García, estudiosos del tema que conceden gran importancia al sentido organizacional del terrorismo.
Aunque cueste bastante reconocerlo, la investigación sistemática de ese perfil de personalidad entre terroristas de las décadas de los 70 y 80, y los terroristas del siglo XXI no ha encontrado ningúnrasgo común, según un estudio de 2007 del investigador Thomas Pretch, y los especialistas han descartado hace bastante que tras ese tipo de actos haya una mente «enferma» o un tipo específico de personalidad.
Lo que menos nos gusta oír: posiblemente el terrorista sea una persona más similar a cualquier otra de lo que pensamos comúnmente.
La sicóloga Antonia Rayó Bauzá resume la refutación del mito y sus consecuencias para el sitio digital Sicología y mente: «En el sentido jurídico son personas totalmente imputables desde el punto de vista legal. Son conscientes de sus actos, tanto en la responsabilidad como en la capacidad para regir su voluntad».
¿Se nace o se hace?
Además de alguna razón sicológica, se han investigado variables como la cultura, el estrato social, la ideología religiosa y el nacionalismo específico a que responden varios grupos violentos, a fin de conocer si este tipo de indicadores puede ser decisivo.
Sin embargo, aunque un enfoque sincrónico, basado en la etapa actual, apunta claramente a la cultura extremista, apenas un corte diacrónico arroja numerosos hechos que clasifican como terroristas en diversas culturas, ideologías y naciones a lo largo de la Historia.
De hecho, a la luz de las definiciones especializadas, sucesos como la quema de personas en público, a manos de inquisidores, o la instigación al mayor suicidio colectivo de la historia (178 personas), a manos del extremista religioso estadounidense Jim Jones, son algunos ejemplos de actos terroristas no relacionados con los actos violentos actuales.
Además, los estudios más interesantes sobre la relación entre las prácticas religiosas y las conductas terroristas (Houmanfar y Ward, 2012) parecen apuntar a que, desde un punto de vista estrictamente sicológico, los argumentos teológicos o ideológicos no son demasiado fértiles tampoco al tratar de explicar el fenómeno.
En cuanto al estrato social, los estudios han arrojado una reincidencia del tema de la pobreza, de lo que los promotores del terrorismo y el caos se aprovechan; sin embargo, basta recordar los miles de casos de pobres extremos en el mundo que no optan por esta opción para descartar que sea determinante.
El centro del problema
Si bien no gusta de perfiles al estilo de fórmulas, la sicología ha aportado para la seguridad y la policía una especie de perfil utilizable del terrorista. Se trataría de un individuo relativamente joven inadaptado a su sociedad y aislado, que busca en un grupo político los estímulos de aceptación y pertenencia que no halla en aquella.
Pero más allá de recetas fáciles, en los más recientes acercamientos investigativos, el fenómeno suele presentar un denominador común, que apunta al verdadero núcleo del problema. No se trata de un rasgo, una cultura o una nación, ni siquiera de un trastorno personal.
Como casi todo en la vida, es más complejo, pues se trata de un largo proceso sociosicológico que los investigadores identifican como radicalización. O sea, un proceso en que el individuo inadaptado a la sociedad, por etapas, llega a un pensamiento dicotómico del mundo en que separa un nosotros de un ellos de modo extremo.
Antes de esto, ha pasado por una conversión y un ajuste al grupo de acogida, y solo en el período de radicalización, cuando se pierde la empatía por los semejantes fuera del grupo, llega la etapa decisiva en la mente del terrorista. La decisión de encauzar este pensamiento dicotómico a una conducta de violencia pública en busca de generar pánico o no.
El sicólogo social Javier Jiménez Cuadros explica que «los últimos 40 años de investigación han puesto de relieve la necesidad de conceptualizar la radicalización como un proceso más que como una condición personal o sicológica». O sea, es consenso científico que tras el terrorismo se esconde un proceso sicosocial, y no un rasgo personal o cultural.
Y se considera que tres factores motivan la radicalización hacia un pensamiento dicotómico extremista individual: la búsqueda de sentido y de identidad, la necesidad de protección física o apoyo social, y el deseo de desafiar a una autoridad o combatir un agravio.
De esta manera, vale resumir que la ciencia revela una verdad que a veces nos cuesta digerir. Las preguntas apuntan a un «ellos» monstruoso; sin embargo, la evidencia habla de lo que un «nosotros» puede brindar como sociedad. ¿Podemos brindar y garantizar como especie humana una sociedad donde el apoyo emocional, físico y la autoridad justa prevalezcan, y donde los casos de inadaptación sean visibilizados y encauzados a tiempo? Hay una parte de responsabilidad que toca a todos, por el tipo de sociedad que construimos.