por Guillermo Alvarado
Golpeada por unas elecciones parlamentarias que convocó sin tener realmente necesidad, la primera ministra británica, Theresa May, inició las negociaciones para la separación de la Unión Europea, el llamado “brexit”, en una situación de extrema debilidad, no solo ante el bloque continental sino en su propio partido político, el Conservador, obviamente dividido sobre el futuro de ese divorcio.
Por más que el ministro encargado de las tratativas con Bruselas, David Davis, insistió en la versión ilusoria de que nada ha cambiado tras los ruinosos comicios, otro miembro del gabinete, el titular del tesoro, Philip Hammond, le recordó a la jefa de gobierno que una separación sin un acuerdo con la Unión Europea “sería un resultado muy, muy malo para el Reino Unido”.
Esto ejemplifica las serias divergencias que se han ido creando en el seno de la dirección conservadora, donde no se ha zanjado la disputa sobre qué es mejor para el país, si un brexit “duro”, como propone la primera ministra, o uno “suave”, preferido por el sector más sensato de la formación política, que perdió la mayoría en la Cámara de los Comunes del parlamento británico.
La diferencia no es poca. Theresa May apoya la separación total y radical con los antiguos socios, pero sus opositores internos advierten que para garantizar el bienestar de la población, el Reino Unido debe permanecer en el mercado común europeo, que implica la libre circulación de capitales, mercancías y trabajadores, un estatuto un poco parecido al que mantiene Noruega.
Las negociaciones comenzaron esta semana rodeadas de gran incertidumbre porque no se sabe si el gobierno británico que inició el proceso, será el mismo que lo concluya. Algunos estiman que May no llegará a fin de año y sus rivales políticos, los Laboristas, esperan nuevos comicios en un corto plazo que podrían darles mayoría parlamentaria.
Es un delicado juego de ajedrez al que se le sumó un elemento muy perturbador tras la ola de atentados que han sacudido al Reino Unido y que dejaron ya un saldo de 36 muertos y decenas de heridos.
A los ataques atribuidos al grupo terrorista Estado Islámico en Manchester y Londres, les siguió este lunes otro de carácter islamofóbico cuando un conductor atropelló a personas frente a una mezquita al grito de “quiero matar a todos los musulmanes”.
Después de Francia y Alemania, el Reino Unido es el tercer país europeo con mayor población musulmana, con poco más de dos millones, y las agresiones, físicas y verbales, que este sector sufre datan de varios años, ante el silencio de los medios.
Weymam Bennet, director del grupo Unidos contra el Fascismo, señaló que el discurso de May, cuando dijo que había espacios en que se toleraba el terrorismo y que estaba dispuesta a romper la ley de derechos humanos para luchar contra ese flagelo, envenenó el ambiente social y atizó el odio en lugar de propiciar la concordia.
Una situación social interna muy difícil, sumada a un divorcio en cuya negociación los británicos se sientan en un plano de debilidad, semeja mucho a un volcán a punto de estallar, con consecuencias totalmente imprevisibles que pueden afectar más allá de las frías aguas del canal de La Mancha.