por Guillermo Alvarado
La Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la Unesco, informó que prácticamente no se logró ningún avance en la reducción de los niveles de la pobreza entre aquellos segmentos de la población mundial que carecieron de acceso a los niveles primario y secundario de escolarización durante los años recientes.
Un amplio estudio acerca del impacto promedio de la educación en el desarrollo y la reducción de la pobreza en países con escaso avance entre 1965 y 2010 demostró la estrecha relación que existe entre ambos factores.
En base a los datos recolectados, la Unesco aseguró que si todos los adultos tuvieran dos años más de escolarización, unos 60 millones de personas saldrían del umbral de la pobreza, pero que si lograran terminar la secundaria completa, la cifra se elevaría hasta los 420 millones, cerca de la mitad de quienes están sumidos en ese flagelo.
Se trata de un reto complejo, porque en la actualidad a escala mundial el nueve por ciento de niños tienen vedado el acceso a la primaria; 16 de cada cien no pueden acudir a la secundaria inferior, y 37 por ciento no asisten a la secundaria superior.
En total, en 2015 fueron 264 millones de infantes, adolescentes y jóvenes los que permanecieron fuera de las aulas.
Un joven azotado por la pobreza que no tiene oportunidades de superación casi seguramente será pobre de adulto y reproducirá esa misma condición en su familia, cerrando así un opresivo círculo vicioso difícil de romper.
El África subsahariana, que concentra los mayores índices de pobreza, es también la región del planeta con menor tasa de acceso a la educación en todos sus niveles y la situación de las niñas es mucho más difícil que en los varones, debido en parte a patrones culturales donde aún tiene demasiada prevalencia el patriarcado.
En términos generales un hijo en una familia del 20 por ciento más pobre de la sociedad tiene ocho veces menos oportunidades de superación que otro del 20 por ciento más rico, por lo que los gobiernos deberían destinar recursos para atender a los menos favorecidos si quieren tomar la senda del desarrollo.
Lamentablemente esto suele ser la excepción en el mundo de hoy, por una serie de factores de diversa índole, entre ellas la corrupción administrativa, la aplicación de políticas de corte neoliberal, la dependencia de mercados foráneos y los conflictos armados con todas sus negativas consecuencias.
Por citar un ejemplo, esta semana el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados anunció que hasta finales del año pasado 65,5 millones de personas dejaron sus hogares para escapar de la violencia, los rigores del clima y el hambre.
En estos momentos alrededor de 140 millones de seres humanos requieren ayuda para sobrevivir y ni la ONU, ni otras organizaciones internacionales, tienen los recursos necesarios para alimentarlos, menos aún para educar a los niños afectados por este negativo fenómeno.
Propiciar el desarrollo con justicia, borrar la pobreza de la faz de la tierra y lograr la igualdad, son aún materias pendientes en nuestra especie, que a veces parece más empeñada en destruirse, que en mejorar su calidad de vida.