por Guillermo Alvarado
Comenzó la 40 conferencia de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, y para nadie resultó una sorpresa el anuncio hecho por su director general, José Graziano de Silva, de que a pesar de todos los esfuerzos realizados y reuniones celebradas, el hambre no sólo se mantiene en este mundo, sino que crece de manera notable durante este 2017.
No vamos, por supuesto, a responsabilizar de este desastre a esa prestigiosa institución. Pensamos que hace lo que puede en un mundo donde los poderosos miran hacia otra parte, menos a donde están los necesitados.
No por gusto Graziano da Silva reveló un dato estremecedor: el 60 por ciento de los que sufren hambre, viven en países donde existen conflictos armados, ya sean autóctonos o importados por intereses geopolíticos o económicos, o ambos a la vez.
Este año se declaró la hambruna en Sudán del Sur, la nación más joven del planeta que de seguir al paso actual, no tiene muchas posibilidades de llegar a la mayoría de edad o, quizás, ni siquiera a la adolescencia.
Unos 20 millones de personas están en riesgo de fallecer por falta de alimentos en Yemen, Somalia y Nigeria. La población yemenita, además, es diezmada por una epidemia de cólera, la mayor en el mundo y cuyo contagio es vertiginoso debido a que la guerra hizo colapsar los modestos servicios de salud que existían antes del estallido de las hostilidades.
En otros 19 países afectados por el azote del hambre se combinan los efectos del cambio climático que ya destruyó extensas áreas de tierras que una vez fueron cultivables y ahora son páramos yermos, incapaces de alimentar a personas y animales.
Un importante llamado de atención lo hizo el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, quien participó en la inauguración de la 40 Conferencia de la FAO. Dijo el jefe de gobierno que el mundo sólo podrá alcanzar la paz, justicia e igualdad cuando sea capaz de erradicar el hambre y sus efectos.
Más agudo fue el papa Francisco en un mensaje dirigido a los asistentes al foro, a quienes recordó que no basta con la intención de asegurar el pan cotidiano a los necesitados.
El hambre y la malnutrición, dijo, “'no son solamente fenómenos naturales o estructurales de determinadas áreas geográficas, sino que son el resultado de una más compleja condición de subdesarrollo, causada por la inercia de muchos o por el egoísmo de unos pocos”.
El egoísmo de los pocos que no conocen lo que significa sufrir necesidades, y la inercia de quienes tienen en su mesa lo indispensable y se olvidan o ignoran a una masa humana que muere en silencio, no porque se saltó un tiempo de comida dos o tres días a la semana, sino porque hace mucho tiempo que olvidaron lo que es un estómago ligeramente satisfecho.
La muerte por hambre es un insulto a la dignidad de nuestra especie, que por un lado alcanza niveles asombrosos de desarrollo tecnológico, y por el otro se ha mostrado incapaz de resolver un problema que la acompaña casi desde la primera aurora de su historia.