Por: Guillermo Alvarado
En días recientes la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, la señora Nikki Haley, defendió la negativa de la Casa Blanca a que otras naciones, como Iran y Corea del Norte, ingresen al exclusivo club de dueños de arsenales nucleares con el sorprendente argumento de que tales armas sólo debieran estar en manos de países que, como ellos, forman parte de “los buenos”.
Es harto conocido que a los gobernantes y altos funcionarios estadounidenses la historia les da urticaria, pero así y todo venir ahora a decir que ellos forman parte de los buenos en relación con la tenencia y uso de armas de destrucción masiva es una distorsión tan grande como el cañón del Colorado.
Precisamente en estos días el mundo recuerda los atroces bombardeos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky, donde en un abrir y cerrar de ojos el fuego nuclear descendió desde el cielo y mató a cientos de miles de personas.
El 6 de agosto de 1945 un bombardero B-29 lanzó sobre Hiroshima la bomba atómica bautizada como “pequeño niño” y tres días después otra conocida como “hombre gordo” cayó sobre la población de Nagasaky. En la primera murieron en las semanas siguientes 140 mil seres humanos y en la segunda 74 mil.
Ninguna de las dos era un objetivo militar en un imperio japonés ya a las puertas de la derrota, por lo que se trató de una masacre de grandes proporciones totalmente innecesaria para el propósito de terminar la II Guerra Mundial y fue en realidad una demostración ante el mundo de lo que ellos, “los buenos”, son capaces de hacer.
No pasó mucho tiempo para tener otra muestra de “tanta bondad”, esta vez en Vietnam donde, además de otras barbaridades, se lanzaron unos 20 millones de galones del temible agente naranja, un químico con graves efectos sobre el ser humano y la naturaleza que, a más de cuatro décadas, sigue ocasionando víctimas en ese hermano país.
Unos cinco millones de vietnamitas resultados afectados por esa arma y todavía nacen niños con deformaciones severas, mientras “los buenos” en Washington hacen oídos sordos a los reclamos de pagar una indemnización y descontaminar por completo todo el territorio dañado.
Sin ir tan lejos en la historia, en la reciente guerra contra Iraq el ejército de Estados Unidos utilizó cientos de toneladas de municiones recubiertas con uranio empobrecido, un metal pesado muy tóxico que está causando niveles sin precedentes de cáncer entre la población civil y el nacimiento de niños con tumoraciones y otros problemas de salud.
En las ciudades de Basora y Falluya, donde se emplearon estas armas ilegales se conoce en la actualidad un inusitado brote de tumores malignos, malformaciones congénitas, abortos, leucemia infantil y casos de esterilidad.
Causa terror saber que armas nucleares, químicas y otras de elevado poder destructor están en manos de “los buenos”, que no solo las almacenan para chantajear al mundo, sino que también las utilizan cuando conviene a sus intereses sin importarles el dolor y sufrimiento ajenos. Con tanta “bondad” alrededor, vaya usted a saber si puede hoy dormir tranquilo.