Por Guillermo Alvarado (RHC)
Una oleada de repulsa recorrió toda la región tras el anuncio hecho por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de que su gobierno no descarta una opción militar contra Venezuela, lo que fue interpretado como una amenaza para América Latina y el Caribe y puso en aprietos a sus propios aliados en su empeño por destruir a la Revolución Bolivariana.
El jefe de la Casa Blanca parece que olvidó las profundas y recientes cicatrices que el ejército de su país ha dejado en nuestro territorio, donde han sembrado desolación en reiteradas oportunidades, que todavía están frescas en la memoria de los pueblos.
Nicaragua, en la primera mitad del siglo pasado, sufrió la acometida de las tropas norteñas y, si bien el ejército del General de Hombres Libres, Augusto Sandino, les infligió una histórica derrota, al final esa intervención devino en el asesinato del héroe centroamericano y la imposición de la sangrienta dictadura de la familia Somoza, que durante décadas asoló a esa nación.
En Guatemala, en 1954 el Pentágono asesinó a la primavera de la democracia y dejó como herencia una guerra de 36 años que costó más de 200 mil muertos, la desaparición de unas 400 aldeas y casi 50 mil desaparecidos, cuyo paradero aún desconocen sus familiares.
Menos de una década después, en Cuba los soldados estadounidenses y los mercenarios que los acompañaban se rompieron los dientes ante la unidad y el valor de la joven Revolución, pero esa lección no la aprendieron en Washington.
República Dominicana, Granada y Panamá siguieron en esa tenebrosa lista, sin olvidar la traición a Argentina en la guerra de Las Malvinas, donde Estados Unidos hizo añicos los mismos acuerdos que impuso al continente para favorecer al Reino Unido, una potencia extra continental.
Si bien no hubo una acción militar propiamente dicha, nadie ignora el papel del peligroso vecino del norte en los golpes de Estado perpetrados en Chile, Uruguay, la misma Argentina, Brasil o, más recientemente, Honduras, ni la ocupación armada que significan las bases asentadas en el territorio colombiano.
No hay prácticamente país latinoamericano o caribeño que haya escapado en algún momento a la garra del águila imperial y eso, aunque los asesores de Trump lo ignoren, sigue vivo en los pueblos, que no olvidan la historia.
Por eso la amenaza virulenta del presidente estadounidense despertó una reacción firme de defensa de la Patria de Bolívar y si el segundo al mando en la Casa Blanca, Mike Pence, tiene ojos para ver y oídos para escuchar, debe percatarse de eso durante la gira que ya inició por Colombia y continuará en Argentina, Chile y Panamá.
De hecho, Pence tendrá que darse cuenta de que Trump envenenó esa gira con sus amenazas de utilizar la fuerza militar contra Venezuela.
Aquí ya no sólo están en juego las simpatías que la Revolución Bolivariana despierta. También se trata de la dignidad de una región cansada de abusos y que en enero de 2014 se declaró en La Habana como zona de paz donde las diferencias se dirimen por el diálogo, cosas de las que en la capital de Estados Unidos no comprenden mucho porque para ellos la fuerza, entre más bruta sea, es su principal argumento.