Por Guillermo Alvarado (RHC)
El triunfo de la Revolución, el 1º de enero de 1959, y la fundación de la Federación de Mujeres Cubanas, el 23 de agosto de 1960, abrieron a las féminas las puertas a la igualdad de oportunidades y al desarrollo económico, profesional y social, garantías que no fueron dádiva generosa, sino fruto de una lucha que se remonta a épocas remotas de la historia en este país.
Es incuestionable el aporte decisivo que a la liberación definitiva de Cuba hicieron figuras como Melba Hernández, Haydée Santamaría, Vilma Espín, Teté Puebla, Celia Sánchez, María Antonia Figueroa, Asela de Los Santos, y muchas otras que en la guerra como en la paz contribuyeron a forjar la sociedad de hoy.
A nadie escapa el papel de la Federación en la Cuba de la actualidad, y por eso deseamos rendirle homenaje mencionando a aquellas que a lo largo de más de un siglo, abonaron cada etapa con su sangre y su sacrificio.
Que mejor que comenzar con Carlota, una negra lucumí, como se les llamó a los integrantes del pueblo Yoruba que fueron arrebatados a su original Nigeria, para ser vendidos en las colonias españolas durante el infame mercado de esclavos.
Carlota encabezó en 1843 una rebelión en el ingenio Triunvirato, en la actual Matanzas, que se extendió rápidamente a otros sitios, como La Concepción, San Miguel y San Rafael, donde las fuerzas coloniales lograron contener el alzamiento y castigaron a su líder a la atroz pena de muerte por descuartizamiento, sin importarles que se trataba de una mujer.
En homenaje a esta valiente esclava, la operación de Cuba para defender la independencia de Angola, que también desencadenó la libertad de Namibia y el fin del apartheid en Sudáfrica, recibió con toda justicia el nombre de Carlota.
No pasaron muchos años hasta que el 10 de Octubre de 1868 el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, comenzó, precisamente con la liberación de sus esclavos, la guerra de independencia contra la metrópoli española.
Durante la contienda brillaron nombres como la capitana Adela Azcuy, que participó en más de 40 combates; Isabel Rubio, cuya vivienda fue centro de conspiración en Pinar del Río, y luchó hasta su muerte como consecuencia de las heridas recibidas.
Los más altos grados del Ejército Libertador le fueron otorgados a la comandante Mercedes Sirven Pérez, organizadora del sistema de suministros médicos a los mambises. Lugar especial merece Ana Betancourt, quien pidió a su esposo, Ignacio Mora, que “por mí y por ti, lucha por la libertad”.
Ella fue, quizás, la primera en enumerar los derechos que debían garantizarle a la mujer durante la Asamblea Constituyente de la República en Armas, reunida en Guáimaro, de donde salió la primera Constitución de Cuba.
Mariana Grajales inculcó a sus hijos el amor por la independencia; María Cabrales, Amalia Simoni y Bernarda Toro, como cientos, pueden ser miles, acompañaron a sus esposos a la manigua. Tras una guerra devastadora muchas quedaron viudas y sin familia, o forzadas, como Ana Betancourt, a morir en el exilio.
Estos son los frutos que germinaron con el triunfo de la Revolución, una tarea que sería imposible sin la fuerza, el valor y la ternura femenina.