Esta semana la Organización de las Naciones Unidas y otras entidades advirtieron sobre una eventual crisis humanitaria que podría originarse por la masiva movilización de la minoría étnica de los rohinyas, que están cruzando la frontera con Bangladesh para escapar de la violencia desatada contra ellos en la vecina Birmania.
Unas 87 mil personas de todas las edades están hacinadas en campamentos improvisados, donde reciben atención de urgencia, pero otras decenas de miles se encuentran en la zona limítrofe en espera de que las autoridades de Bangladesh les autoricen a cruzar.
El drama se ve acentuado por las intensas lluvias que azotan en esta temporada la región, por lo que estas familias viven prácticamente entre el fango, con grave peligro para la salud de niños y ancianos.
Los rohinyas birmanos son una comunidad de casi un millón de personas que profesan la religión musulmana y tradicionalmente son objeto de discriminación y ataques de la mayoría budista con el apoyo tácito, y en ocasiones activo, de las autoridades que les niegan los más elementales derechos.
De acuerdo con la tradición ellos son descendientes de comerciantes árabes, turcos, bengalíes y mongoles que se asentaron paulatinamente en ese territorio desde el siglo XV, pero los sucesivos gobiernos birmanos niegan esto y afirman que su arribo data de la colonización británica y los considera como inmigrantes, sin derecho a la salud, la educación, trabajo y vivienda.
En 1982 la situación se agravó en extremo cuando se emitió una ley por medio de la cual se les retiró la ciudadanía, convirtiéndolos en parias dentro de su propio país, donde incluso se ha prohibido el uso de la palabra rohinya. En cada oleada represiva, que se repiten con periodicidad, su cultura y su patrimonio étnico-cultural son sistemáticamente destruidos.
Diversos informes de la ONU han señalado que se trata de la minoría étnica más perseguida y acosada en todo el planeta.
La más reciente ola de violencia se desató a partir del 25 de agosto cuando varios puestos de la policía fueron presuntamente atacados por elementos del Ejército de Salvación Rohinya de Arakan, lo que motivó una violenta reacción de las fuerzas armadas birmanas contra esa comunidad, con saldo de 400 muertos y más de cien mil en fuga hacia la frontera de Bangladesh, en busca de salvar sus vidas.
El papa Francisco, la Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, y varias personalidades pidieron al gobierno de Birmania, encabezado por Aung San Suu Kyi, que ponga fin a una situación que ya va tomando visos de una limpieza étnica.
Llama poderosamente la atención el silencio de la jefa de gobierno, también galardonada con el Nobel de la Paz, toda vez que cuando hace años ella fue objeto de persecución hubo una campaña mundial para preservar su vida y sus derechos.
Estamos ante un drama silencioso, poco conocido en realidad, pero que nos demuestra cómo la intolerancia, el odio y la incomprensión son aún materia pendiente para la humanidad. (Fuente/Guillermo ALvarado)