Por María Josefina Arce.
Para Cuba el 20 de octubre es una fecha de gran trascendencia histórica. Hace más de un siglo en la ciudad de Bayamo, en el oriente del país, fue entonada por primera vez la Bayamesa, que desde aquel entonces ha acompañado al pueblo cubano a lo largo de su lucha por la independencia y soberanía.
Compuesta por el patriota independentista Perucho Figueredo, la Bayamesa, que se forjó al calor de la lucha contra la Metrópoli española, devino en un símbolo patrio al ser declarada nuestro Himno Nacional.
Generaciones tras generaciones de cubanos se han educado en el respeto y amor a su Himno, que es un eterno llamado a la lucha, al combate. Por eso todos hemos hecha nuestra esa frase de “morir por la Patria es vivir”.
Y con el ejemplo de aquellos hombres que en 1868 se lanzaron a la manigua cubana para lograr las independencia y las gloriosas notas de nuestro Himno cantado por los patriotas rebeldes que ocuparon Bayamo, se forjó el carácter revolucionario y aguerrido de un joven que dejó su impronta en nuestra historia.
Abel Santamaría Cuadrado nació el 20 de octubre de 1927 en la entonces central provincia de Las Villas. La honestidad, sencillez, heroísmo, abnegación y entrega sin límites a la causa de la libertad caracterizaron a este joven, amante de la poesía y con un gran sentido de la justicia.
Profundamente martiano, repudió desde el primer día el golpe militar ocurrido el 10 de marzo de 1952, y ya se rodeaba de un pequeño grupo de opositores al dictador Fulgencio Batista, cuando conoció al futuro jefe de la Revolución Cubana.
Fidel Castro lo calificaría como el alma del Movimiento de 26 de julio, una organización creada en 1955 por un grupo de jóvenes dispuestos a luchar contra los desmanes de la dictadura y por la real y verdadera independencia del país.
Abel, al decir de muchos, era el más querido, generoso e intrépido de los jóvenes que en la madrugada del 26 de julio de 1953 asaltaron los Cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
Junto a Fidel organizó las acciones de esa memorable jornada. En la víspera al hablar a sus compañeros expresaría: “Es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo; pero si el destino es adverso estamos obligados a ser valientes en la derrota, porque lo que pase allí se sabrá algún día y nuestra disposición de morir por la Patria será imitada por todos los jóvenes de Cuba...”
Al joven Abel, segundo jefe del movimiento, se le asignó dirigir la toma del Hospital Civil , donde se mantuvo combatiendo mucho tiempo después de que sus compañeros pudieron retirarse del punto principal.
Al caer prisionero, fue torturado por los verdugos, quienes buscaban que confesara el nombre del jefe del movimiento y sus planes, pero Abel guardó silencio. Lo golpearon, le quemaron los brazos y en un acto de barbarie le sacaron los ojos.
Con solo 25 años fue asesinado por los esbirros de la dictadura de Batista. Horas antes de morir le diría a su hermana Haydeé Santamaría, heroína de la revolución cubana: “Es mejor saber morir para vivir siempre”.
Y Abel sigue vivo, su alegría, entrega y sobre todo su amor incondicional a la Patria están presentes en las miles de batallas que en todos los frentes ha librado y libra la revolución cubana, por cuyo triunfo diera la vida en plena juventud.