por: Guillermo Alvarado
El fracaso de la canciller federal alemana, Ángela Merkel, en formar un nuevo gobierno tras las elecciones de septiembre pasado abrió esta semana una inédita crisis política que podría desembocar en la convocatoria a comicios anticipados, algo que no ocurría en los últimos 70 años en ese país, considerado como uno de los más estables de Europa occidental.
Todo parecía indicar que Merkel, de 63 años, se encaminaba con relativa comodidad a su cuarto mandato, pero la escasa mayoría que logró el 24 de septiembre la obligó a buscar alianza con los ecologistas, liberales y conservadores y tratar de convencer a los socialdemócratas a incorporarse a una gran coalición.
Las negociaciones fracasaron y la canciller debió informar al presidente, Frank-Walter Steinmeier, que no hay un nuevo gobierno.
La figura presidencial es casi decorativa en Alemania, pero entre sus escasas atribuciones figura la de disolver el Parlamento y llamar a nuevos comicios cuando se enfrenta a una situación similar.
Hasta el momento Steinmeier no ha tomado esta decisión y más bien pidió realizar más negociaciones, pero Merkel sorprendió a todos cuando en declaraciones a la prensa afirmó que prefiere enfrentarse de nuevo a las urnas que gobernar en minoría.
Los socialdemócratas, de Martin Schultz, también parecen dispuestos a jugarse el todo por el todo en elecciones anticipadas en lugar de unirse a un nuevo ejecutivo, si bien en las últimas horas hubo atisbos de nuevas negociaciones.
En medio de la crisis, la extrema derecha representada por Alternativa para Alemania, se afila los dientes luego del sorpresivo 12 por ciento de votos conseguidos en septiembre, su mejor resultado en la historia.
Algunos expertos consideran que el relativo estancamiento de la economía alemana, el motor de la Unión Europea, que incrementó el desempleo y llevó a una política de austeridad dañina para los sectores menos favorecidos, hizo que muchos de los votos de los partidos tradicionales migraran hacia la extrema derecha.
Alternativa para Alemania comenzó ya a atacar el punto más débil de Merkel, su política de abrir las puertas y dar un trato favorable a los inmigrantes, a quienes la ultraderecha acusa de ser la causa de la pérdida de puestos de trabajo y del desvío del gasto público para atender sus necesidades.
La pregunta que flota en el ambiente es ¿si acaso la era Merkel, caracterizada por el pragmatismo político y la flexibilidad ideológica habrá llegado a su fin?
El problema es que no existe en Alemania una figura en ascenso, como ocurrió en Francia con Enmanuel Macron, que se perfile como capaz de mantener el rumbo de la economía y la influencia que ejerce esa nación en el ámbito europeo e internacional.
La canciller federal se ha visto como la figura capaz de enfrentar la política proteccionista del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, e inclusive de frenar la conducta errática del jefe de la Casa Blanca hacia el Viejo Continente.
Se trata de una situación compleja que genera preocupación en Bruselas, sede de los organismos europeos, y que obligará a los alemanes a tomar opciones prudentes, no vaya a ser que, a la postre, el remedio les salga peor que la enfermedad.