Por: Guillermo Alvarado
En Yemen, país donde casi nunca llueve, un diluvio de bombas comenzó a caer a partir del 25 de marzo de 2015, lanzadas por una coalición que lidera Arabia Saudita y está apoyada financiera y militarmente por Estados Unidos e Israel con el objetivo de tomar control de ese país, colocado estratégicamente en la garganta que une al golfo de Adén con el Mar Rojo.
Por allí cada día transitan cada día buques con cientos de miles de barriles de petróleo con rumbo al canal de Suez, desde donde distribuyen su preciosa carga en ambas costas del mar Mediterráneo.
Esta privilegiada posición geográfica ha devenido la maldición de ese país, carente de otros recursos naturales y donde se practica una precaria agricultura debido a que prácticamente no tiene recursos hidráulicos.
La guerra lleva más de dos años y medio y en ese tiempo fue destruida la infraestructura sanitaria y productiva, dejando a más de 20 millones de personas en total dependencia de la ayuda que pueda llegar desde el exterior.
El sufrimiento de estos seres humanos se vio agudizado por una voraz epidemia de cólera que afectó ya a medio millón de habitantes, y acrecentado hace 20 días por un férreo bloqueo naval, terrestre y aéreo impuesto por Arabia Saudita, como venganza por del lanzamiento de un cohete desde territorio yemenita por los rebeldes hutíes, opuestos al presidente Abd Rabbuh Mansur Hadi, quien disfruta de la protección de la familia real saudí.
Numerosas entidades humanitarias y la Organización de las Naciones Unidas criticaron el bloqueo que puso a muchas personas al borde de la hambruna, hasta que por fin Riad anunció su disposición de levantarlo y este lunes pudieron aterrizar los primeros aviones y atracaron algunos buques con alimentos, agua y medicamentos de urgente necesidad.
Se trata de una gota de agua en medio literalmente de un extenso desierto donde en lugar de ciudades hoy día lo que existen son enormes campamentos de refugiados, donde permanecen hacinados buena parte de los pobladores.
Faltan alimentos, medicamentos y agua potable, desaparecieron los servicios de salud y la educación funciona de manera precaria, sujeta a la buena voluntad de algunos maestros y si las condiciones de enfrentamiento bélico lo permiten.
Curiosamente nada de esto llama la atención a la gran prensa occidental, muy preocupada al parecer por no herir la delicada susceptibilidad de la Casa Blanca, Tel Aviv o Riad, por lo que prefieren mirar hacia otros lugares del mundo en lugar de documentar este exterminio brutal de toda una población, y cuando por azar lo hacen, es para culpar a Irán de esta situación.
La ayuda humanitaria es indispensable en estos momentos, pero lo que en realidad hace falta es que se detenga esta guerra injustificable, se reconstruya el país y se permita a su población escoger su propio modelo social, político y económico, como rezan los principios de la convivencia internacional y la más elemental lógica, cosas ambas, principios y lógica, que no abundan mucho en estos tiempos.