Por Guillermo Alvarado
Las potencias occidentales, con Francia a la cabeza, insisten en buscar una solución exclusivamente militar para la compleja crisis que existe en la región conocida como el “sahel”, una franja que separa al extenso desierto del Sahara del resto del continente africano y donde confluyen problemas como tráfico de personas, contrabando, enfrentamientos tribales y terrorismo.
Todos los países concernidos en esta situación tienen como común denominador varios factores negativos, entre ellos los conflictos armados, la pobreza que generalmente es extrema, la debilidad de sus gobiernos y la dependencia de éstos hacia sus antiguas metrópolis europeas.
Se trata de un excelente caldo de cultivo para extremismos de cualquier naturaleza, más aún si estos van de la mano de ideas religiosas manipuladas, tal el caso de los denominados yihadistas que imponen el terror en vastos territorios.
Al caos y el desorden han contribuido las potencias occidentales con entusiasmo digno de mejor causa, y una muestra es la absurda intervención en Libia, país que jugaba un papel en la estabilidad regional y que fue destruido hasta la médula.
Esta brutal acción no hizo sino propiciar la creación de grupos fanáticos y la proliferación de armas y otros pertrechos militares por todo el sahel. Lo demás fue sólo cuestión de tiempo y así lo demostró la crisis en Mali en 2012 cuando los yihadistas ocuparon el norte del país y avanzaron hacia la capital, Bamako.
La ocasión fue propicia para la intervención directa del ejército francés en una operación que el entonces presidente, François Hollande, prometió que duraría seis meses y que pronto cumplirá cinco años.
Francia lleva abiertamente a cabo la Operación Barkhane, con unos cuatro mil efectivos comprometidos, pero tras bambalinas hay otras en desarrollo, entre ellas la recién revelada “Sable”, rigurosamente clasificada durante cuatro años y donde los protagonistas son las fuerzas especiales, en tareas de identificación y eliminación de supuestos terroristas.
En 2017 se perfiló otra estrategia, siempre dentro de los términos militares, conocida como G5 Sahel, también liderada por París, que consiste en la coordinación de las fuerzas armadas de cinco países, Mali, Níger, Chad, Burkina Faso y Mauritania, con la contribución de las fuerzas de intervención de la ONU y tropas estadounidenses, por cierto ya presentes en esa región a donde llegaron hace años muy calladitos.
Es verdad que para enfrentar al terrorismo hace falta el componente militar, pero también lo es que este, por sí solo, en lugar de resolver el problema lo agrava.
Hablamos de una zona muy violenta y muy pobre, cuyos recursos estratégicos son saqueados por potencias foráneas. Francia no está en Mali para defender a los malienses, sino para proteger industrias estratégicas, como las extractoras de uranio que mantienen funcionando sus más de 70 reactores nucleares. Conviene recordar aquí aquellas palabras del lider histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, pronunciadas en la ONU en 1960 y más vigentes hoy que nunca: “Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra”.