Por Guillermo Alvarado
Tras insultar a Haití, El Salvador y África con palabras soeces impropias de un jefe de Estado que se respete, el presidente norteamericano, Donald Trump, expresó su anhelo porque más ciudadanos de Noruega emigren a la nación norteña, a lo que éstos respondieron con un cortes, breve y contundente: “no, gracias”.
Y es que luego de la repulsa universal al desafuero del jefe de la Casa Blanca, cualquiera puede hacerse la pregunta sobre qué razones llevarían a un noruego a desear trasladarse a Estados Unidos y, a menos que se tratase de un asunto de fuerza mayor, es muy difícil encontrar un argumento creíble que justifique una decisión de esa naturaleza.
Veamos, Estados Unidos es un país del primer mundo, igual que Noruega, y el Producto Interno Bruto, PIB, per cápita no es muy diferente entre uno y otro. En el primero los ingresos promedio de cada habitante al año rondan los 57 mil 638 dólares, mientras en la nación europea el monto es el equivalente a los 59 mil 384 dólares.
Pero hasta allí las similitudes. El PIB estadounidense oculta enormes desigualdades que van desde una opulencia insólita, como la de la familia Trump, por ejemplo, hasta la miseria más aplastante que se exhibe en sitios como el barrio de Skid Row, en Los Ángeles, California, donde un sin techo para tener el privilegio de pernoctar en la acera de una calle debe pagarle un “alquiler” a las mafias que controlan el sitio.
Desde que Trump ocupó la presidencia hace un año ha enfocado sus esfuerzos a disminuir la cobertura de los servicios de salud a la población. La calidad de la atención depende del precio del seguro que una persona pueda pagar y si triunfa en sus empeños el mandatario en eliminar el programa creado por su antecesor, el llamado “Obamacare”, millones se quedarán sin ese privilegio.
Al revés, en Noruega la salud es gratuita y cubre a todas las personas que tengan residencia legal en ese país, incluso a los extranjeros. ¿Qué le parece, señor Trump?
Más aún, una mujer embarazada en aquel país europeo puede disfrutar después del parto hasta 45 semanas con el 80 por ciento de su salario, mientras una estadounidense tiene licencia por solo 12 semanas y no cobra un solo dólar.
¿Para qué querría un noruego ir a vivir a Estados Unidos, donde el riesgo de morir, él o sus hijos, en las constantes balaceras que ocurren en conciertos, calles, iglesias o escuelas, es muchísimo más alto que en su país, donde las armas no se venden como si fuesen desodorantes en el mercado.
En el país que gobierna el señor Trump están algunas de las más importantes universidades del mundo, pero son privadas y la mayoría de sus estudiantes deben adquirir onerosas deudas que pagarán durante décadas. En Noruega hay ocho universidades y 24 colegios superiores gratuitos y el desempeño de sus alumnos en evaluaciones internacionales son muy, pero muy superiores al de sus homólogos del norte de América.
Sobradas razones para que el político conservador Torbjoern Saetre le dijera a Trump: "A nombre de Noruega: gracias, pero no, gracias".