Por Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, continúa su acelerada marcha atrás, hacia los momentos más tenebrosos de las relaciones internacionales en plena guerra fría, y muestra de ello es la firma la víspera de una orden ejecutiva para mantener abierto el oprobioso campo de prisioneros que funciona en la base naval de Guantánamo, territorio usurpado contra la voluntad del pueblo de Cuba.
Este centro fue resultado de las desmesuradas medidas adoptadas por el gobierno de George W. Bush tras los ataques contra las torres gemelas del Centro Mundial del Comercio en la ciudad de Nueva York, perpetrados el 11 de septiembre de 2001.
Luego de esos acontecimientos, el gobierno estadounidense decidió atacar y ocupar el territorio de Afganistán, con el pretexto de que allí se protegía a los presuntos autores intelectuales del atentado, dando lugar a una sangrienta guerra que todavía causa numerosas víctimas.
La administración de Bush declaró el combate universal al terrorismo, según su versión de este fenómeno, y además de los capturados en combates, tanto en Afganistán, como en Iraq y otros lugares, se sumaron pronto ciudadanos de un gran número de países, secuestrados en operativos que rompieron el ordenamiento jurídico internacional y que contaron con la complicidad de algunas naciones.
Para manejar a esa cantidad de personas fuera del ordenamiento legal del país norteño, se decidió abrir en la base de Guantánamo este campo de prisioneros, donde los detenidos sufrieron toda clase de atropellos, injusticias y torturas.
Estos prisioneros no estaban sujetos a ningún mecanismo de justicia y muchos fueron maltratados, juzgados y condenados, sin ni siquiera conocer las razones que los llevaron a ese infierno.
El sitio llegó a albergar hasta 800 infelices de 44 países y se convirtió pronto en un oprobioso recuerdo de lo que fueron los campos de concentración nazi durante la II Guerra Mundial, causando el repudio de todas las mentes lúcidas del planeta.
Durante su campaña electoral, el expresidente Barack Obama prometió el cierre del campo, pero pronto descubrió que una cosa es ofrecer y otra vencer los pesados aparatos burocráticos que funcionan en su país, y al final terminó sus dos mandatos sin lograr honrar su palabra.
En estos momentos la vergonzosa prisión tiene unos 41 detenidos, todos en un limbo jurídico, sin ningún amparo legal y también ante la impasible actitud de organismos, como la Corte Penal Internacional, muy diligente cuando se comete una tropelía en algún lugar del mundo pobre, pero muda, ciega y sorda si la culpable es una potencia, más aún si esta es la primera en términos militares y económicos.
Ahora el presidente Trump, que insiste en dar marcha atrás al reloj de la historia, decidió mantener abierto ese agujero negro de la de la conciencia humana, lo que hace presumir que pronto comenzarán a llegar allí nuevos prisioneros cuyos derechos serán borrados de un plumazo.
Ocasión propicia para recordar a todo el mundo aquella sentencia martiana que dice que “Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca...”