Por: Roberto Morejón
El secretario general de la OEA, Luis Almagro, interrumpió su ocupada agenda antivenezolana y se dio un “baño de público” en Miami con exponentes de la extrema derecha de la emigración cubana, a los que “premió” con frenéticos ataques a la Revolución en el país caribeño.
Desde su asunción al frente de la desacreditada organización hemisférica, el titular promovió una intervención de cualquier tipo en Venezuela y falseó la realidad de ese país, víctima de una guerra económica y diplomática.
Es cierto que en su febril conspiración contra la Revolución Bolivariana, a Almagro le restó tiempo para enfocarse en Cuba, pero en ocasiones hizo una distorsionada interpretación del proceso político en esa nación, similar a la acuñada por Estados Unidos y la derecha internacional.
El pasado sábado en Miami arremetió contra Cuba con calificativos propios de la guerra fría, intentó dibujarse como centinela de la democracia en el Hemisferio y llamó a los antillanos a torcer el rumbo político, en desconocimiento del apoyo de la mayoría a la Revolución.
A juzgar por el muy generoso espacio otorgado por El Nuevo Herald, en su confraternización con extremistas el secretario de la OEA fue aplaudido delirantemente.
Con su espaldarazo a las minoritarias corrientes fanáticas en la Florida, el orador ignoró las fluidas opiniones de muchos emigrados, partidarios de una relación serena con La Habana y el intercambio entre las familias.
Almagro prefiere apadrinar, quién sabe si solo de palabra, a un grupúsculo contrarrevolucionario, alentado a levantar sus raídas banderas a propósito de las elecciones generales en Cuba.
Pero la titular de la camarilla a la que Almagro rodeó con sus alabanzas cometió el desliz de admitir la “soledad” en la que, como dijo, han estado “por mucho tiempo” los que se oponen a un gobierno con “tanta influencia como el de Cuba”.
Almagro fue al encuentro de la aludida sin abrir las maletas traídas de Lima, donde organizó con el presidente peruano, Pedro Pablo Kuckzinsky, una reunión de gobiernos de derecha para inmiscuirse en los asuntos internos de Venezuela.
Todo apunta a que en medio de esos trajines Almagro se siente espoleado en sus afanes anticubanos por el rumbo de la administración del presidente estadounidense, Donald Trump, quien revirtió el proceso de normalización de relaciones con La Habana.
El ex canciller uruguayo reafirma su trayectoria hacia el abismo político. Cuando asumió como secretario general de la OEA afirmó que aspiraba a convertirla en “un puente entre el norte y el sur”. Bajo su gestión ese metafórico tendido se afianzó como una alfombra hacia Washington.