Por María Josefina Arce (RHC)
Hace algunos días el nuevo presidente del Perú, Martín Viscarra, señalaba que la próxima Cumbre de las Américas que tendrá como escenario ese país, será todo un éxito, una afirmación enteramente cuestionable si tenemos en cuenta que esa cita hemisférica ha vuelto a sus orígenes cuando algunos se tomaban el derecho de decidir quienes podían asistir.
Un encuentro que debe reunir a todas las naciones latinoamericanas no puede efectuarse exitosamente si falta alguna y no por cuestiones de salud o situaciones de emergencia, sino por razones políticas, presiones e injerencia en los asuntos internos.
Si hasta la edición anterior Cuba había sido excluida, es en estos momentos Venezuela la que está en la mira de un grupo de países aglutinados alrededor de Estados Unidos, promotor de esos encuentros en la década del noventa del siglo pasado para imponer su visión hegemónica en el continente.
Recordemos que desde ese espacio Washington intentó poner en marcha la llamada ALCA, Área de Libre Comercio para las Américas, un instrumento colonialista y de injerencia en los asuntos internos de las naciones latinoamericanas, siempre vistas por el vecino del Norte como su patio trasero.
Ahora Estados Unidos tiene entre sus objetivos a Venezuela, casualmente un estado con grandes reservas de petróleo. La administración del presidente Donald Trump ha arreciado sus acciones contra la nación sudamericana en un intento por crear el caos y abrir la puerta a una intervención extranjera.
Venezuela y su presidente electo democráticamente por el pueblo, Nicolás Maduro, no aparecen en la lista de invitados a la mal llamada Cumbre de las Américas. En febrero pasado el gobierno peruano hizo pública su decisión de dejar al mandatario venezolano fuera de la cita.
Este anuncio fue duramente criticado por varios estados de la región, e incluso por la sociedad peruana que valientemente invitó a Maduro a estar presente en Lima los días 13 y 14 de este mes cuando tendrá lugar el encuentro.
"He recibido la ratificación de la invitación de asistir a Lima por las organizaciones sociales, sindicales y del pueblo de Perú y yo me debo a los pueblos", expresó el mandatario venezolano en Caracas, durante la clausura de la Jornada de Solidaridad Todos Somos Venezuela, efectuada a principios de marzo.
Lo cierto es que las justificaciones esgrimidas por Perú y el argumento de que el país sede puede decidir si otro estado participa o no, solo han sido apoyadas por supuesto, por Estados Unidos, y por los 12 países del Grupo de Lima, que es bien sabido responden a los intereses norteamericanos.
A Venezuela por tanto, se le niega el derecho a estar presente en la reunión en la que los países americanos debatirán temas como la corrupción y el delito internacional, y en la que Estados Unidos ha mostrado interés en establecer la supuesta crisis de Venezuela como tema prioritario en la agenda americana.
Busca ahora el apoyo a sus planes injerencistas contra Caracas, como intentó fallidamente en la OEA, Organización de Estados Americanos, en la que las naciones caribeñas rechazaron categóricamente la agenda golpista que se planteaba desde la organización hemisférica, en confabulación con agentes de la derecha venezolana.
La realidad es que Trump busca llevar el encuentro de Lima por el camino que beneficie a Estados Unidos, pues también intentará hacer “avances para equilibrar las condiciones de competencia para las empresas estadounidenses” en el continente, en consonancia con su agenda proteccionista.
Ante este panorama cabe preguntarse si la Cumbre de las Américas puede ser un éxito, cuando se pretende volver al pasado, excluir e ignorar el derecho de las naciones latinoamericanas y analizar la situación interna de un país sin estar presente, solo porque no responde a los intereses de la potencia.
Claro en todo este entramada, Perú, Estados Unidos y el resto de las naciones del Grupo de Lima olvidan que en la región hay países dignos que defenderán su soberanía e independencia, y el derecho de cada pueblo a escoger su camino.