Por: Roberto Morejón
El alto costo de las Universidades estadounidenses agrega un elemento a las preocupaciones de las familias, acentúa el peligro de obstruir el acceso a los altos estudios a jóvenes con menos recursos y conmina a buscar oportunidades en el exterior.
Las obligaciones financieras de los educandos de nivel superior en Estados Unidos son tan altas que compiten con las de Gran Bretaña y Australia, entre los países de mayores reclamos por este concepto.
Algunas Universidades privadas estadounidenses cuestan más de 50 mil dólares anuales solo por la matrícula sin cubrir gastos de hospedaje, alimentos, libros y transporte.
Es cierto que esa cifra se reduce en Universidades más modestas, pero en el mejor de los casos los costos no bajarán de 20 mil dólares anuales.
De acuerdo con datos de la agencia Bloomberg, desde 1978 el aumento del importe del acceso a la universidad en Estados Unidos fue de 1 225 por ciento.
Uno de los centros más onerosos es la Universidad de George Washington con dormitorios, instalaciones deportivas y aulas lujosas y avanzada tecnología para cautivar a más candidatos. Sin embargo, solo las familias acaudaladas pueden enviar a sus hijos a ese tipo de instituciones.
Por lo tanto, se acentúa la división entre los discípulos con más ingresos y los que menos tienen. Entre esos últimos destacan los hispanos y afrodescendientes.
Cuando finalmente los jóvenes logran acceder a Universidades aunque fueran baratas, deberán compartir su tiempo entre la enseñanza y el trabajo, preferentemente de servicios.
De esa forma ayudan a los padres a solventar las erogaciones exigidas por las instituciones de altos estudios y los gastos complementarios.
Con todo, cuando reciben sus títulos como licenciados, ingenieros, arquitectos u otros perfiles acompañan a la lógica alegría la inquietud por las abultadas deudas que arrastrarán hasta el mundo laboral.
O sea, se plantea una rutina insoslayable: abonar sumas cuantiosas para alcanzar la licenciatura o ingeniería, conseguir luego un empleo lucrativo y entonces dedicarse a saldar los débitos acumulados.
Se trata de un ciclo diabólico sin señales de llegar a su fin, más abrumador para extranjeros porque deben abonar la matrícula de NO residentes.
Por este camino muchas personas deseosas de cursar estudios superiores en Estados Unidos desisten de su empeño, sobre todo si trataron de conseguir una beca y les fue negada. Otros hacen planes para estudiar en varios países, como Canadá.
Pocos se resignan a esperar porque la administración de turno aumente las inversiones gubernamentales en la educación superior, una eventualidad menos factible bajo el mandato del presidente Donald Trump.