Por Arnaldo Musa
A los 15 300 soldados norteamericanos que ocupan Afganistán dejados por el anterior presidente, Barack Obama, se le suman 4 000, con un gran arsenal de exterminio y armas destinadas a probar su eficacia en la población afgana.
La cuestión es que Trump, como los anteriores mandatarios estadounidenses, se resiste a declarar que la guerra contra Afganistán está perdida y, al igual que la de Iraq, la misión es destruir y destruir, sembrando la división entre las diferentes facciones para llevar la destrucción a lo largo y ancho del empobrecido país.
Trump se niega a conversar con los talibanes, rechaza todo tipo de sugerencia del grupo guerrillero que mantiene en vilo a las tropas de ocupación de diversos países que apoyan a EE.UU., en tanto los golpes contra el ejército local son cada vez más mortíferos.
En este contexto hay que tener en cuenta que como ya sucedió en Iraq, algunas de estas acciones tienen la virtud de despertar la indignación del pueblo, y se sospecha que el propio Estados Unidos pudiera tener participación en ello, como cuando alentó el asesinato de todos los jefes militares iraquíes que podían certificar que era falso el pretexto de que Saddam Hussein tenía un arma de destrucción masiva, con el fin de justificar la invasión.
En lo que se refiere a Afganistán, la nueva estrategia de Trump amenaza con convertirse en "lo peor de ambos mundos", dejando a EE.UU. y sus aliados sin una misión claramente definida, "atrapados en medio de un conflicto cada vez más agudizado", aseveró el analista del diario británico The Guardian, Simon Tisdall.
Tisdall señaló que el discurso de Trump sobre Afganistán "se demoró mucho", mientras los asesores de la Casa Blanca discutían sobre qué hacer con la guerra de casi 17 años; pero cuando finalmente llegó, no hubo nuevas ideas o iniciativas. En cambio, el Presidente "conservó los principales argumentos de la política de Barack Obama y trató de disfrazarla como algo nuevo", indicó.
Sin embargo, dos cosas sí han cambiado, y, según el analista, no para mejor:
En primer lugar, Trump ha acordado con sus generales aumentar el número de tropas desplegadas, "invirtiendo la reducción" adoptada durante los años de Obama.
Aunque no dio números, se estima que la cifra aumente en unos 4.000 soldados, que se sumarán a los más de 15 000 militares estadounidenses allí presentes, como apuntamos antes.
El otro cambio es aún más peligroso: Trump ha comprometido a EE.UU. a emprender un conflicto abierto sin límites en su alcance o duración, y sin una noción definida de qué sería la victoria. No fijar tales parámetros por adelantado fue el gran error de George W. Bush en Iraq, y Obama tuvo cuidado de no repetirlo.
Pero de lo que se puede estar seguro es de que la reiterada afirmación de Trump de que EE.UU., lucharía para ganar es engañosa en el mejor e imprudente en el peor de los casos, pues la historia de la guerra en Afganistán sugiere que nadie gana, aunque sí pierde el pueblo agredido y obligado a un nomadismo que en época de paz era normal.
Además, el refuerzo de 4 000 militares es una gota en el océano, pues la situación de seguridad se ha deteriorado considerablemente en Afganistán, donde las fuerzas gubernamentales controlan menos del 60% del territorio, según cifra oficial, y un 20% en la práctica; el número de víctimas civiles bate récords y los atentados crecen día a día contra instituciones gubernamentales y militares.
En cuanto a la amenaza de Trump de ejercer más presión sobre Paquistán para que acabe con los santuarios que Washington califica de terroristas, el mandatario de EE.UU. no ofreció ninguna razón de por qué sus advertencias iban a ser atendidas, cuando las de Obama y Bush fueron ignoradas.
O sea, el poderoso militar y económicamente Estados Unidos, el que agrede e invade, está hoy atrapado en el pequeño y pobre Afganistán, pero no quiere salir.
(Tomado de Cubasí)