Por: Guillermo Alvarado.
En un momento crucial para el futuro de la Revolución Bolivariana de Venezuela, cuando el gobierno comienza a aplicar medidas para reactivar la economía, fuerzas oscuras de la extrema derecha organizaron el frustrado atentado para terminar con la vida del presidente Nicolás Maduro, hundir al país en el caos y abrir la puerta para una intervención foránea.
Como se conoce, la Plaza Bolívar de Caracas se habilitó como sede para un censo nacional de transporte con el objetivo de establecer la cantidad y tipo de vehículos que funcionan en la nación, una medida habitual en todo el mundo, y poner fin de esta manera al derroche y el contrabando de gasolina y otros combustibles.
Además, a pedido de Maduro, la Asamblea Nacional Constituyente derogó la ley de delitos cambiarios, lo que significa un paso para flexibilizar el canje de divisas, considerado por los especialistas como esencial para atraer capitales foráneos, incentivar la industria y abatir la elevada inflación.
Estas iniciativas son apenas el preámbulo de un conjunto de reformas que incluyen la emisión de una moneda más fuerte y que entrarán en vigor este mismo mes para aliviar la enormes presiones que hay sobre la población, debido a la guerra económica impuesta por la derecha local y regional con el apoyo de Estados Unidos.
Fue en este contexto en que ocurrió el ataque con artefactos conocidos como drones, que cargados de explosivos se dirigían hacia la tarima donde el presidente Maduro, acompañado por altos funcionarios, pronunciaba un discurso.
El intento de magnicidio significa una escalada tremenda en las agresiones que todos los días se cometen contra la Patria de Bolívar y demuestra, por un lado, la desesperación de los enemigos de la Revolución y, por el otro, la posibilidad de acceder a modernos medios para perpetrar sus propósitos.
La teoría más elemental para la investigación de un crimen está en determinar a quiénes beneficiaría su potencial comisión y en el caso de Venezuela está muy claro quienes añoran el antiguo régimen neoliberal, la apropiación de los gigantescos recursos energéticos y otras riquezas naturales, entre ellas el agua, de que dispone el país sudamericano, además de su extraordinaria posición geopolítica.
Asesinando al presidente Maduro, los enemigos del pueblo pretendían generar el caos y con ello tener los argumentos necesarios para pedir una intervención militar foránea, disfrazada de “humanitaria”, cuyo guión ya está escrito en las oficinas del Comando Sur, según denunció recientemente la periodista argentina Stella Calloni.
Ni imprevisión, ni casualidad, el ataque del sábado formaba parte de una cadena de acontecimientos que habían sido previstos en declaraciones de políticos y cabecillas contrarrevolucionarios, que se dieron prisa en días pasados en anunciar el presunto fin del chavismo y del gobierno encabezado por Maduro en Venezuela.
Por supuesto, las páginas de los grandes medios dirigidos por el capital transnacional están llenas de teorías y “análisis” que pretenden demostrar que no existió el atentado y todo fue una “invención” del gobierno venezolano. Pretenden así acumular incautos y tapar el sol del mediodía con el dedo meñique, ignorando que sobre esta tierra nada hay que permanezca oculto para siempre.