Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, logró en tiempos de paz lo que pocos gobernantes de esa nación habían conseguido en muchos años, que es unir a más de 200 periódicos y otros medios de comunicación de diversa tendencia y publicados en distintos lugares de ese territorio, en un solo propósito: luchar contra él y su errático comportamiento.
Nadie ignora que desde su llegada a la Casa Blanca, y aún antes, durante la campaña electoral, el controvertido magnate se fue ganando la animadversión de numerosos medios por sus exageradas reacciones cuando publican algo que no estuviese en consonancia con sus intereses.
Llegó incluso a calificarlos de mentirosos, de practicar la difusión de eso que se ha puesto tan de moda hoy día, el “fake news”, es decir noticias falsas, y hasta de enemigos del pueblo.
En los ataques contra la prensa no participa nada más el presidente con sus habituales tuits matutinos, sino que en los últimos meses se han sumado con entusiasmo numerosos funcionarios del gobierno, que hacen de los diarios una cabeza de turco tras la cual esconden sus errores o desmanes.
La reacción, por supuesto, no se hizo esperar y esta semana 200 medios estadounidenses firmaron un llamado para garantizar en ese país la libertad de prensa y el valor del periodismo independiente.
Y ojo aquí, que hay que acotar que cuando hablan de periodismo independiente no se refieren a portales como Demócracy Now y otros similares, sino a los que son de propiedad privada y que por su gran tamaño y poder financiero no dependen del gobierno para existir.
Pero el caso es que el conflicto ha detonado por fin y comenzó la semana pasada con un llamado del diario The Boston Globe, iniciativa que fue secundada por The New York Times y ahora por dos centenares más.
El común denominador de la queja es el hábito del presidente y sus colaboradores de considerar falsa cualquier información que les disgusta, con independencia de que esté o no apegada a la verdad. Es una descalificación, dicen, que va minando el ejercicio periodístico y constituye un riesgo para lo que en ese país se denomina como “democracia”.
La pugna no tiene nada que ver con el legítimo derecho a la información fidedigna que debiera tener el pueblo de Estados Unidos, al cual las noticias le llegan ya filtradas, editadas y concebidas para construir un imaginario bien determinado.
Pero de todas maneras es un nuevo frente que el magnate presidente se ha construido y que le puede pasar factura porque el poder de los consorcios de la prensa en ese país rebasa su afición por los tuits y otras formas de las llamadas “redes sociales”.
Cuenta la leyenda que la verdadera caída del expresidente Richard Nixon no fue cuando se vio forzado a renunciar sino después, en una entrevista con una cadena británica de televisión, que lo exhibió públicamente como tramposo y ruin.