Por; Guillermo Alvarado
Alrededor de 147 millones de ciudadanos están habilitados para participar en las elecciones generales de Brasil, programadas para este domingo 7 de octubre, donde se elegirá a presidente y vicepresidente, los 513 miembros de la Cámara de Diputados, 54 senadores y 27 gobernadores correspondientes a los 26 estados más el Distrito Federal.
Se trata de los comicios más polarizados en el Gigante Sudamericano, toda vez que los principales aspirantes a la jefatura de Estado son el representante de la extrema derecha, Jair Bolsonaro, y el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, quien sustituye a Luis Inacio Lula da Silva, víctima de una conjura judicial para impedir su participación en el evento.
Si bien hasta el momento los sondeos de opinión son favorables a Bolsonaro, todo parece indicar que habrá una segunda ronda el 25 de octubre pues está lejos de alcanzar la mitad más uno de los votos e imponerse en la ronda inicial.
Haddad, quien apenas comenzó su campaña el 11 de septiembre, hace menos de un mes, ha logrado escalar en las preferencias del electorado a pesar de tener en su contra a los grandes medios de comunicación, sean escritos, radiales o de televisión donde toda la publicidad es a favor de Bolsonaro, contra quien el sector femenino de la población lucha por evitar su triunfo por considerarlo una persona misógina, sexista y fascista.
Respecto a los comicios legislativos, quizás lo más importante es señalar que ocurra lo que ocurra este domingo, la configuración del Congreso variará poco y la mayoría de las curules permanecerán en manos de diputados y senadores que representan al sector más rico de la sociedad.
El 90 por ciento de los candidatos aspiran a repetir su cargo o mejorarlo, es decir pasar de la Cámara de Diputados a la de Senadores.
Cuentan con un sistema de financiamiento que ellos mismos aprobaron y que le permite a quienes ya son miembros del Organismo Legislativo contar para su campaña con unos 425 millones de dólares que saldrán de los fondos públicos electorales y será una ventaja fuerte sobre quienes pretenden ingresar por primera ocasión a esos recintos.
Además funciona en Brasil un sistema de dinastías políticas, gracias al cual familias poderosas van ocupando los cargos de generación en generación.
Así pues, gane quien gane la presidencia, tendrá que trabajar con un Congreso donde se mantendrán los mismos vicios y privilegios del pasado y cuyas puertas están prácticamente cerradas para los desposeídos, como los pobres, los negros, las mujeres y los trabajadores o campesinos, un lamentable ejemplo del tipo de democracia que se busca imponer en toda nuestra región.