Por: Guillermo Alvarado
El último mes y medio de 2018 será recordado como una pesadilla por el gobierno de Francia, encabezado por Emmanuel Macron, debido a la rebelión de los llamados “chalecos amarillos” que lo pusieron contra la pared y le obligaron a dar marcha atrás en varios programas de corte neoliberal.
Desde el 17 de noviembre cada sábado las calles de París, la capital, así como en otras ciudades importantes del interior devinieron campo de batalla entre manifestantes y las fuerzas de seguridad en jornadas que no se habían visto en la historia reciente de esa nación.
Si bien el último fin de semana fue de mucha menor intensidad, quizás debido a las concesiones hechas desde el Palacio del Elíseo, o por la cercanía de las festividades de navidad y año nuevo, la expresión de cólera de la población dejó importantes lecciones que todos deben analizar, gobierno, derecha, izquierda y sindicatos.
Como dijo el intelectual francés Hervé Kempf en declaraciones al periodista Eduardo Febbro, publicadas en el diario argentino Página 12, se trató de una revuelta popular donde tomaron la palabra aquellos que durante mucho tiempo los medios mantuvieron ocultos. Camioneros, enfermeras, desempleados, oficinistas, personas comunes y corrientes agobiadas por las enormes desigualdades existentes en un país rico salieron a la calle a mostrar su descontento.
Se trata de un movimiento sin líderes, surgido del poder de convocatoria de las nuevas tecnologías de comunicación, las redes sociales.
Otra peculiaridad es que no ocuparon los lugares tradicionales de protesta social, como la Plaza de la Bastilla, La Nación o la de La República, sino que se apoderaron de los barrios ricos, como la Avenida de los Campos Elíseos o la lujosa avenida Foch, centro del poder financiero y comercial de Francia, además de desplegarse por ciudades como Marsella, Toulousse y Burdeos.
Quizás esto explica, dice Kempf, la brutalidad de la respuesta del gobierno que lanzó a la policía con todo el poder represivo. Se utilizaron miles de granadas de gas lacrimógeno, carros de agua, porras y bastones. La inmensa mayoría de los heridos son civiles y apenas unos pocos gendarmes.
El diario británico ‘The Daily Mail’ publicó la víspera que las autoridades francesas incluso estaban estudiando el empleo de un arma química para mantener a los manifestantes alejados de edificios importantes.
Se trata, según el medio, de un polvo químico debilitante que sería esparcido por pistolas especiales desde las torretas de vehículos policiales y que en pocos segundos cubriría varias hectáreas de terreno.
De eso ser cierto, daría la medida de la desesperación del ejecutivo francés por detener un levantamiento popular que los tomó por sorpresa, un fenómeno surgido de aquellos que no llegan a fin de mes, o de los que no tienes ni siquiera para empezarlo, pero miran cómo la riqueza se acumula cada vez más solo en un pequeño sector de la sociedad.