Por: Guillermo Alvarado
Como “huachicol”, o “huachicoleo” se le conoce en México a la práctica de adulterar el mezcal, bebida alcohólica de alto consumo en el país y una de cuyas variantes más conocidas es el Tequila, denominación que adoptó por producirse en el poblado del mismo nombre en el estado de Jalisco, muy cerca de Guadalajara.
En los últimos tiempos el término se ha popularizado, pero aplicado a otra actividad mucho menos inocente y que genera pérdidas a la economía por varios miles de millones de dólares al año, como lo es la extracción de gasolina y otros hidrocarburos a las redes conductoras o directamente en las plantas de almacenamiento.
No se vaya a pensar que se trata del antiguo método de “pinchar” la tubería para llenar unos cuantos bidones y venderlos por allí a nivel de barrio.
A lo que está enfrentado en estos días el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es mucho más serio, porque se trata de verdaderas mafias que, aunque tengan un nombre casi folclórico, actúan con gran precisión, están enquistadas en estructuras del Estado y obtienen cuantiosas ganancias que les dan poder y dominio.
Para que se tenga una idea, el mismo López Obrador informó que en los primeros 20 días de su administración, el huachicoleo bajó de 787 camiones cisterna diarios a 177, es decir una reducción de 77,6 por ciento.
Aún así es grave pues 177 cisternas, o pipas, diarias son 5 mil 310 al mes, o sean 63 mil 720 al año, lo cual significa que se está hablando de miles de millones de litros de combustible robados.
Los métodos son sofisticados y su implementación lleva necesariamente la complicidad de altos funcionarios. En la refinería de Salamanca, por ejemplo, se descubrió una instalación clandestina desde los tanques hacia un depósito en el exterior, con una tubería de tres kilómetros de longitud.
En realidad la empresa Petróleos Mexicanos, PEMEX, en las últimas décadas se ha convertido en la madre de todas las corrupciones y ha servido lo mismo para crear millonarias fortunas, comprar elecciones y cuanto negocio sucio se pueda imaginar.
López Obrador en su libro “2018, la salida”, publicado durante su campaña electoral, decía que uno de los más jugosos negocios cometidos por los gobiernos neoliberales fue vender el crudo nacional al exterior para importar gasolina.
México sufre la aberración de ser uno de los principales productores de petróleo, pero tiene que comprar afuera más del 60 por ciento de los combustibles que consume. Debido a esta paradoja los mexicanos pagan la gasolina 30 por ciento más cara que en Estados Unidos y mucho más que en Guatemala, donde no hay petróleo.
Y encima de esto hay una buena parte que se la roban, pero no ladronzuelos de poca monta sino timadores de cuello blanco. Entre los investigados por estos días está el general Eduardo León Trauwitz, encargado de la seguridad de PEMEX en el gobierno anterior y antiguo jefe de escoltas de Enrique Peña Nieto.
La corrupción en México es un monstruo de muchas cabezas e ir cortando una a una es una labor titánica de la administración de López Obrador, pero indispensable para recuperar la confianza de una población hastiada de pobreza y marginación.