Por: Guillermo Alvarado
Tortuoso y plagado de traiciones fue el camino que recorrió el autoproclamado presidente provisional de Venezuela, Juan Guaidó, quien pasará a la historia como un sujeto que al perseguir sus ambiciones rompió todas las reglas, incluso las de quienes desde la ilegalidad contribuyeron de alguna manera a impulsarlo.
El periodista colombiano Rafael Croda recuerda que Guaidó fue elegido presidente de la Asamblea Nacional en desacato, sólo porque en la rotación fijada por los partidos que participan en esa mascarada, el turno le correspondía al suyo, Voluntad Popular. Sucede que de los principales dirigentes de la agrupación uno, Leopoldo López, está en régimen de prisión domiciliaria y el otro, Fredy Guevara, escapó a la justicia y se introdujo en la embajada de Chile en Caracas.
Cuando ese organismo, cuyas decisiones fueron declaradas nulas por la justicia, desconoció al legítimo presidente, Nicolás Maduro, se le abrió a Guaidó el camino para convertirse en sustituto, aunque para ello hubiese que torcer al máximo lo establecido en la Constitución.
Solo que hasta hoy nadie ha explicado por qué su proclamación no la hizo la misma Asamblea, o se llevó a cabo ante quienes se dicen diputados. ¿Por qué en lugar de eso, el usurpador se encaramó a una tarima en una plaza pública y, sin que nadie le tomara juramento, se autoproclamó jefe de Estado?
Todo indica que ni siquiera la fantasmagórica Asamblea Nacional estaba de acuerdo en que fuese éste el presunto gobernante interino.
De esta manera se adelantó a sus propios cómplices, a sabiendas de que estaba violando varias leyes, incluso el mismo texto constitucional donde se establece que un hipotético presidente transitorio tiene un mes para convocar a elecciones, plazo que ya venció lo que significa que este señor, si esto es posible, es doblemente ilegal.
Trump, que no entiende de sutilezas jurídicas, se apresuró a reconocerlo y obligó a gobiernos sumisos de la región a hacer lo mismo. Luego arrastró por ese camino a casi todos los países de la Unión Europea donde uno podría esperar que hubiese cabezas pensantes, capaces de darse cuenta de que se trata de una completa tropelía legal, propia de una comedia de enredos y no de política práctica responsable.
No contento con todo esto, Juan Guaidó mostró su verdadera calaña cuando reclamó una intervención militar contra su propio país. Caso insólito que causó repudio hasta en el Congreso de Estados Unidos.
Hay que ser muy ignorante o muy abyecto, o las dos cosas, para pedir a una potencia extranjera que bombardee a su gente, su pueblo, su nación.
Si acaso la agresión se perpetra cada muerto, cada herido, cada lágrima, cada madre desolada, cada hijo desamparado, caerán sobre las espaldas de este señor quien, si le queda un átomo de humanidad, no creo que vuelva jamás a conciliar el sueño.
Venezuela y toda la América Latina y El Caribe viven horas de máxima tensión y se multiplican los llamados a la cordura para impedir un holocausto, cuyos responsables, Trump, Guaidó y sus comparsas, están bien identificados y, pase lo que pase, su huella pestífera quedará grabada por siglos en la memoria de los pueblos.