Por: Guillermo Alvarado
El país donde ocurrió la primera revolución de esclavos exitosa en la historia, Haití, ha devenido el más pobre del hemisferio occidental y donde parecen concentrarse todas las calamidades del mundo, como si fuese un polígono de pruebas de los legendarios Jinetes del Apocalipsis.
La muerte, el hambre, la guerra, la peste y la desesperanza parecen aferradas a este pueblo, que en los últimos dos siglos ha conocido las más dolorosas formas en que la vida puede castigar a nuestra especie.
Durante las últimas semanas el pequeño país caribeño, que comparte la isla de La Española con República Dominicana, fue sede de enérgicas protestas contra el gobierno debido a la corrupción y las intolerables condiciones de vida que enfrenta la mayoría de la población.
Organizaciones opositoras denunciaron que durante esta administración desaparecieron millonarios fondos originados en la operación solidaria PETROCARIBE, por medio de la cual Venezuela ofrece a varios países combustibles con numerosas ventajas en el pago, con la condición de que los recursos ahorrados sirvan para impulsar planes de desarrollo económico y social.
En Haití, denuncian, ese dinero sólo sirvió para engordar los bolsillos y las cuentas bancarias en el exterior de numerosos políticos.
Si bien el presidente Jovenel Moise ha logrado capear el temporal, no ocurrió lo mismo con su primer ministro, Henry Ceant, quien fue destituido el lunes.
Esta maniobra, sin embargo, no apagó los ánimos y otra gigantesca manifestación de protesta se anunció para el 29 de marzo, lo que podría reeditar el bloqueo a que estuvo sometida durante varios días la capital, Puerto Príncipe.
El problema es que la crisis en la nación caribeña es prácticamente total: no hay alimentos suficientes para satisfacer el hambre; tampoco abunda el agua potable y las personas, incluidos niños y ancianos, deben beber líquidos contaminados; los medicamentos están fuera del alcance de la mayoría de enfermos; los apagones son constantes y ahora el gobierno está desarticulado e inoperante.
Se trata, pues, de una enorme crisis humanitaria, social y política, pero ¿quién organiza un concierto por Haití? Que se sepa, hasta el momento nadie.
Las miradas hipócritas de la primera potencia continental y sus acólitos se dirige hacia Venezuela, donde no ocurre ningún ápice de lo que están sufriendo los haitianos que, para su desgracia no tienen petróleo, oro, agua ni coltán.
Haití solo tiene pobres y por eso no le interesa a nadie. Su economía es ínfima, en 2018 apenas creció 1,4 por ciento; las secuelas del terremoto de 2010 y la epidemia de cólera que le siguió, todavía lastran la economía.
El 25 por ciento de su población es joven, pero sin formación y por lo tanto no existe para el mercado laboral. No hay futuro, no hay metas, no hay esperanzas. Nadie organiza conciertos ni trata de entrar, aunque sea por la fuerza, ayuda humanitaria para un pueblo que se muere en público, pero solo, la más miserable de las muertes.