Por: Guillermo Alvarado
Sin ninguna sorpresa para nadie en la ciudad fronteriza de Tapachula, en el sureste de México, se organizó una nueva caravana de migrantes que se proponen atravesar el país para llegar a la línea de demarcación de Estados Unidos y conseguir su sueño, devenido pesadilla, de ingresar a la reputada “tierra de oportunidades”.
De los mil 500 miembros que componen este grupo, la inmensa mayoría de ellos son centroamericanos y existe un menor número de algunas otras nacionalidades, que ya estaba en territorio de México. Se trata de remanentes de oleadas anteriores que hacían escala en búsqueda de obtener algún estatuto legal que les ampare durante el resto de su viaje.
Sin embargo, las medidas adoptadas recientemente por las autoridades mexicanas, como el llamado Programa de Tarjetas Humanitarias, naufragó apenas dos semanas después de iniciado debido a las trabas burocráticas y la corrupción que todavía aquejan al Instituto Nacional de Migración.
De acuerdo con la agrupación de solidaridad con los migrantes denominada Pueblos sin Fronteras, no existe ni en el gobierno federal, ni en las instituciones estatales, un plan estructural con una visión a largo plazo y donde se considere a la movilidad humana como un derecho y no un estigma hacia las personas.
Desesperados ante una situación que no parece tener salida a corto o mediano plazo, los migrantes decidieron organizarse y continuar por su cuenta y riesgo el viaje.
Los pocos kilómetros recorridos desde el fin de semana han sido suficientes para demostrar cuánto han cambiado las cosas respecto a las experiencias anteriores, cuando se inició este fenómeno a mediados de octubre.
Esta vez no hay gente en las orillas de la carretera para ofrecerles alimentos, aliento, o tan siquiera agua.
A la indiferencia, en ocasiones se adicionan la violencia, los insultos y la xenofobia provocadas tanto por el discurso de los gobiernos locales como en los medios de comunicación. Algunos municipios les ofrecen transporte hacia lugares ubicados más adelante, pero no como muestra de solidaridad, sino que más bien para evitar que se queden en los alrededores.
Ya no hay fanfarrias, discursos de bienvenida ni actos de recibimiento. Ahora los viajeros son vistos con suspicacia y recelo y lo que todo el mundo espera es que se marchen pronto.
La falta de acción gubernamental ha provocado una crisis en la frontera de México con Guatemala ante la cual no reaccionan ni el Instituto Nacional de Migración, ni las comisiones nacional y estatales de derechos humanos denunció Pueblos sin Fronteras.
Se trata de un viaje sin destino, con miles de kilómetros por recorrer en medio de la apatía de los pobladores y a cuyo final no les espera nada mejor de lo que ya tienen ahora: pobreza, hambre y desesperación. Los productos de un sistema que hay quienes insisten en vender como promisorio y en el que, por desgracia, mucha gente aún cree.