Por: Guillermo Alvarado
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se dice tan preocupado por la situación de los derechos humanos en Venezuela, Nicaragua o Cuba, vetó una resolución del Senado de su país que le obligaba a suspender el apoyo militar a la coalición encabezada por Arabia Saudita en la guerra contra Yemen.
Como una acción esperanzadora habían calificado organizaciones humanitarias la decisión de los senadores norteamericanos, pues podría acercar el final de un conflicto injusto, brutal e innecesario que está creando sufrimientos inusitados a millones de seres humanos.
Desde que el reino saudí comenzó sus bombardeos en apoyo al presidente Abd Rabbuh Mansur al Hadi, atacado por fuerzas rebeldes hutíes, se estima que murieron más de 60 mil yemenitas, en su inmensa mayoría civiles, y la infraestructura de las principales ciudades quedó destruida.
Colapsaron los servicios básicos indispensables, como salud, educación, agua potable y energía eléctrica y casi 20 millones de seres humanos dependen de ayuda para sobrevivir. De acuerdo con la ONU, por lo menos un millón y medio están al borde de la muerte por inanición y 85 mil niños habrían fallecido como consecuencia de enfermedades, como el sarampión y el cólera, sin contar a los que perecieron por los combates y los bombardeos.
Se trata de la mayor crisis humanitaria de los tiempos modernos y, sin embargo, todos los esfuerzos para poner fin a la guerra han fracasado, sobre todo por las presiones de Estados Unidos y algunas potencias europeas, cuya industria militar está haciendo un jugoso negocio con la sangre y la vida de los yemenitas.
Para mantener esta guerra, Arabia Saudita se ha convertido en el segundo comprador mundial de armas, y Estados Unidos en su principal proveedor, seguido por el Reino Unido, Francia, España y Alemania.
En un mensaje difundido hace unos días el papa Francisco denunció que Europa y Estados Unidos provocan conflictos, como los de Yemen, Siria o Afganistán, con el propósito de vender armas y enriquecerse aún más, por lo que son responsables de la muerte de inocentes, incluidos niños.
Tales llamados, sin embargo, no han hecho mella en la Casa Blanca, donde Trump escogió el camino de la guerra y está empecinado en mantener su apoyo militar al reino saudí, que lleva cuatro años machacando a un pequeño país, el más pobre en todo el mundo árabe, que no tiene grandes recursos naturales, pero si la desgracia de estar ubicado en una posición geográfica de importancia estratégica.
Desde Yemen se controla el golfo de Adén y el acceso al mar rojo que tiene en el otro extremo al canal de Suez y por donde transitan todos los días millones de barriles de petróleo con destino al mundo occidental, razón que despierta los más crueles apetitos de las potencias, para quienes la vida humana no significa sino un dato sin importancia, comparado con las inmensas riquezas que atesoran.