Por: Guillermo Alvarado
Una amplia condena han suscitado los violentos ataques terroristas ocurridos en Sri Lanka durante el domingo de pascua, que dejaron hasta el momento 310 fallecidos y medio millar de heridos en una jornada que recordó los días más oscuros de la guerra que finalizó hace una década en ese país.
Conocida antiguamente como isla de Ceilán, en el sureste de la India, esta nación es fácilmente reconocible por su curiosa geografía en forma de lágrima, tiene 21 millones de habitantes de los cuales 70 por ciento son budistas; 12 por ciento hindúes; 10 por ciento musulmanes y el 7 de cada cien son cristianos.
Precisamente contra esta minoría religiosa se dirigió la mayor parte de los ataques, ocurridos en tres iglesias colmadas de personas que asistían a la misa de pascua, rito que pone fin a la semana santa.
Otras cuatro bombas explotaron en hoteles de lujo ubicados en Colombo, la capital, así como en un edificio donde está ubicado un centro comercial.
Es evidente que los autores intentaron causar el número más elevado posible de víctimas y se sospecha que la mayoría de ellos se inmolaron al momento de perpetrar el crimen que levantó una oleada de repudio en el planeta.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, expresó sus condolencias a las autoridades y el pueblo de Sri Lanka y reiteró su compromiso para colaborar en la lucha contra el terrorismo.
El papa Francisco manifestó su cercanía y apoyo a la comunidad cristiana y a todas las víctimas de los atentados, en tanto el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, afirmó que los ataques en Sri Lanka provocaron “una destrucción absolutamente despreciable”.
Hasta el momento se han identificado al menos 35 extranjeros entre los fallecidos y el resto son ciudadanos locales y entre ellos hay numerosos niños y mujeres, sobre todo por las explosiones ocurridas en las iglesias.
Las autoridades decretaron un toque de queda para facilitar las investigaciones y en la mañana del lunes ocurrió una nueva explosión que no ocasionó víctimas. En una terminal de buses se descubrieron 87 detonadores y cerca de una iglesia hallaron una bomba artesanal que fue desactivada.
Ninguna organización ha asumido la responsabilidad por esta cruel matanza, pero el gobierno de Sri Lanka dijo que podría tratarse de dos grupos extremistas locales con algún apoyo exterior, que actuaron en venganza por los ataques contra mezquitas musulmanas en Nueva Zelanda ocurridos el 15 de marzo y que dejaron medio centenar de muertos.
La tragedia demuestra en todo caso cómo las fuerzas del odio ciego siguen actuando por todo el mundo y que los esfuerzos por contenerlas han resultado inútiles hasta ahora, sobre todo porque hay potencias que alientan el terrorismo sin darse cuenta de que éste es un monstruo que, una vez suelto, resulta incontrolable incluso para aquellos que alguna vez le dieron forma.