Por: Guillermo Alvarado
La enorme oleada migratoria que se desató a partir de octubre de 2018 desde el triángulo norte centroamericano y otros países, con rumbo a la frontera entre México y Estados Unidos, ha devenido gran negocio para entidades públicas y privadas, gentes inescrupulosas y funcionarios venales que sacan grandes ganancias.
No es ilegal, pero raya en lo inmoral lo que ocurre en los centros particulares de detención, contratados por las autoridades de la nación norteña para recluir a los migrantes mientras esperan el avance de sus trámites o su deportación.
En los primeros tres meses de 2019 el llamado Geo Grup, uno de los que maneja este tipo de instalaciones, ganó 40 millones de dólares, más que los 35 que obtuvo a lo largo de todo el año pasado.
Otra firma del mismo giro, Corecivic, cerró el último trimestre de 2018 con utilidades por 41 millones de dólares. En ambos casos son abundantes las quejas por el trato indigno que reciben los seres humanos que son ingresados en tales sitios, donde los servicios médicos, la alimentación y las condiciones de alojamiento son penosas, a pesar de estar bien pagados con el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
El negocio también beneficia a numerosas empresas de transporte, tanto terrestre para el traslado de los migrantes de un lado a otro, como el aéreo que es la vía utilizada en la repatriación a sus países de origen.
No son buses ni aviones del Estado los que emplea el servicio de inmigración para realizar estas tareas.
Pero también reciben fondos públicos algunas organizaciones humanitarias e iglesias que atienden a migrantes, sobre todo luego de que la capacidad de los aparatos estatales quedó rebasada por las sucesivas oleadas.
Incluso en los últimos tiempos al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se le ocurrió la “brillante” idea de cobrarle a los migrantes que quieran presentar una solicitud de asilo, o intenten obtener un permiso temporal de trabajo mientras se estudia y se resuelve su caso.
Agréguese a ello todo lo que obtienen los que manejan el lado más oscuro del movimiento de estas masas humanas, los traficantes de personas, las mafias del narco y otros grupos del crimen organizado que abusan de ellos, los asaltan y despojan de sus bienes, cuando no los secuestran para la explotación laboral o sexual.
En esta inmensa labor depredadora no hay que olvidar a policías y funcionarios venales que desde los países de origen y tránsito se aprovechan de su posición para obtener ganancias sucias, originadas en el sufrimiento de sus semejantes.
En toda esta cadena, el único que siempre pierde es aquel que, desesperado por la pobreza, la violencia, o ambas a la vez, se decide a abandonar su hogar en busca de una vida digna o de un futuro para sus hijos.
Seguramente estas personas no tienen idea de que con su azaroso viaje y la inversión de sus ínfimos recursos están generando un negocio de millones de dólares de ganancias para quienes los desprecian, los expolian, los abandonan, o los devuelven a su terruño mucho más pobres e infelices de lo que eran cuando partieron.