Por: Guillermo Alvarado
El 14 de mayo de 1948 la ONU concretó la partición del territorio palestino para crear el Estado de Israel, una medida arbitraria que se logró gracias al poderoso lobby sionista apoyado por las principales potencias que emergieron como vencedoras en la II Guerra Mundial, en particular Estados Unidos y el Reino Unido.
Apenas 24 horas después, el día 15, comenzó el proceso conocido como “Nakba”, la catástrofe, en castellano, que consistió en la eliminación sistemática de los pobladores originarios de ese lugar, el robo de sus tierras y propiedades y la expulsión de casi un millón de personas que todavía tienen prohibido volver a sus hogares.
Se trató de una operación de limpieza étnica llevada a cabo por el ejército sionista que en poco más de un año destruyó entre 400 y 500 aldeas y protagonizó más de 30 masacres, sin que se tenga idea del número exacto de muertos.
Todo ello ocurrió mientras el mundo, y la misma Organización de las Naciones Unidas, que dictaminó la partición, miraban hacia otro lado y no hicieron absolutamente nada para frenar esta barbarie.
Más bien, las potencias occidentales respaldaron la tesis sionista de que las hostilidades fueron causadas por palestinos que no aceptaron la declaración de dos Estados vecinos y, a pesar de que hace más de 30 años se abrieron archivos que demuestran lo contrario, todavía hay muchos que aceptan esa mentira con la que se pretende cubrir hasta el día de hoy cada una de las matanzas realizadas por Israel.
Pero la Nakba no fue un conjunto de hechos aislados en un período de tiempo, sino que más bien es un proceso que continúa hasta la actualidad, sobre todo la usurpación de territorios, las operaciones militares contra civiles palestinos y la aplicación de políticas que hacen imposible en la práctica la creación de un Estado palestino.
Para que se tenga una idea, en 2008, 60 años después de la partición, Israel tenía bajo su control el 85 por ciento del territorio original que la ONU dio para los dos estados. Los palestinos hoy están la mayoría en el exilio y cerca de dos millones 800 mil viven en dos lugares separados entre sí, la Franja de Gaza y Cisjordania, que en total apenas rebasan los seis mil kilómetros cuadrados y disminuyen cada vez que se construye una colonia sionista sobre tierra ocupada militarmente por Tel Aviv.
¿Cómo crear un Estado Palestino en dos pedazos de tierra que están distantes cientos de kilómetros uno del otro?
Esta es sin duda una de las mayores perfidias del sionismo, que se logró con el apoyo, o la ceguera cómplice, que es lo mismo, de la comunidad internacional, dedicada a dictar una que otra resolución que al final sólo son papel mojado o letra muerta.
Las mujeres palestinas expulsadas de su hogar hace 71 años guardan las llaves de sus casas y las pasan de generación en generación hasta que llegue el momento del retorno. Solo que las cerraduras que abrían, junto con las puertas, paredes y techos volaron en pedazos hace tiempo y sobre el suelo que se edificaron está ahora la bota sionista, una especie de cruce mejorado del fascismo y el apartheid, que se nutre del silencio estridente de casi todo el mundo.